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Siguiendo de tal suerte, y si Madrid no trabaja algo más en pro de las artes y las letras patrias, barrunto que pronto será Barcelona el centro intelectual de España. En el cuarto de Clotilde, primera actriz de uno de los teatros más importantes de la capital, se reúnen todas las noches hasta media docena de amigos.

De este orden es el hecho de que vamos a dar cuenta. Acaeció que el Sr. Sánchez, huyendo el bullicio, que no se compadecía con su temperamento melancólico y reflexivo, se alejó de los amigos y se puso a vagar distraídamente por las calles de árboles.

Su amiga doña Clara, la corredora de los prestamistas, de la que don Juan hablaba pestes, no encontraba dinero para la viuda de Pajares. Francamente, doña Manuela: ¡tiene usted por ese mundo tantos pagarés renovados y con intereses que no siempre se cobran...! Mis amigos se niegan a dar un céntimo. ¡Si usted encontrase una persona con garantías que quisiera avalar su firma...!

Entonces éste, temeroso de que aun a sus nuevos amigos pareciese sospechosa tal conducta, mortificado por la suposición de que pudieran creer que prolongaba su estancia allí para hacer pagar más caros sus cuidados, y sobre todo aguijoneado por el amor, determinó salir de dudas. Una noche vio que Julia tenía los ojos como puños, de haber llorado.

Que ganen los desconocidos, pase. Que ganen los amigos, eso, francamente, me desespera. Se oye la voz del empleado, que domina todas las otras. ¡Hagan juego, señores...! La mesa se llena de miles de pesetas. ¡Y luego diremos que el dinero español carece de audacia y que está dormido en las cuentas corrientes!

La juventud de ayer se va corrompiendo: unos se enervan, otros retroceden y algunos se venden por falta de fe. Señores, vamos á Vicentini dijo el Doctrino, llevándose á sus amigos. ¿Qué Vicentini? A La Cruz de Malta. Allí hay muchos aragoneses, todos son aragoneses. Este no viene sino á la Fontana dijo Javier, señalando á su amigo. Viva la Fontana, el rey de los clubs!

Abandonaba a sus amigos para facilitarle la ocasión de una entrevista a solas. Sin duda iba a esperarle abajo, en el salón de baile. Tardó algunos minutos en seguirla, queriendo imitar esta prudencia, y al fin, después de mirar a un lado y a otro, abandonó la mesa, deslizándose por la escalera cautelosamente, cual si quisiera pasar inadvertido.

Pero, aunque despreciando en la apariencia este arte secundario, por tener la ambición puesta en el de Cicerón y Bossuet, todavía le gustaba oir las palmadas, los oles y los requiebros de sus amigos cuando se decidía á complacerlos. Velázquez se había levantado y salió á la tienda.

Los había de diferentes cuartones. Hasta de San Juan, en el extremo opuesto de la isla, vendrían mozos para cortejar a Margalida. Pep, a pesar de su falso gesto de padre intratable, enrojecía y apretaba los labios con mal disimulada satisfacción, mirando de reojo a los amigos sentados junto a él. ¡Qué honor para Can Mallorquí! Nunca se había conocido un galanteo como éste.

Primeramente vió al señor de Canterac, un francés, antiguo capitán de artillería, que, según afirmaban muchos que se decían amigos suyos, se había visto obligado á marcharse de su patria á consecuencia de ciertos asuntos de índole privada. Ahora servía como ingeniero al gobierno argentino, en obras remotas y penosas de las que huían sus colegas hijos del país.