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Nuestra bonita Dalila de la posada, atraerá al Sansón del castillo. La precaución del duque Miguel, de no tener mujeres en el castillo no basta, amigo Tarlein. Para lograr completa seguridad, se necesita que no haya faldas en cincuenta leguas a la redonda. Conque las haya en Estrelsau me basta dijo el enamorado Tarlein dando un suspiro.

Pero no hagas tal, que no será razón que yo lleve la pena de la ajena culpa. Primero quiero saber qué es lo que vieron en los atrevidos y deshonestos ojos de Lotario que fuese causa de darle atrevimiento a descubrirme un tan mal deseo como es el que me ha descubierto, en desprecio de su amigo y en deshonra mía.

Hay una nueva discusión para fijar en términos de reloj la hora del aperitivo. Por último, quedamos en reunirnos de siete a ocho. Al día siguiente dan las ocho, y claro está, mi amigo no comparece. Llega a las ocho y media echando el bofe, y el camarero le dice que yo me he marchado.

Hemos recorrido, lector amigo, un período de doscientos diez y seis años desde el dia en que vimos al ilustre Umeya proscrito comenzar en Córdoba la edificacion de la mezquita Aljama, hasta la hora, para el Califato aciaga, en que cesan con la muerte de Almanzor los embellecimientos de este suntuoso templo, Caaba del Occidente.

Así hubiera sucedido indudablemente, pero en aquel instante resonó un grito a nuestras espaldas y volviéndome vi a un jinete que acababa de dejar la avenida y galopaba por el sendero, revólver en mano. Era Federico Tarlein, mi fiel amigo. Ruperto lo reconoció también, y comprendió que había perdido la partida.

»A ti sólo, que eres mi amigo más íntimo y leal, puedo decírtelo; y a ti no puedo menos de decírtelo, a fin de aliviar el peso de mi angustiado corazón: soy muy desdichado. »Beatriz se casó conmigo por amor. A pesar de la gran diferencia de edad, me quiso, no hallándome inferior a cuantos ahí había visto.

Los errores, las culpas y faltas de aquellos últimos meses, se desvanecían ante el recuerdo de los mimos de la infancia, las caricias de la juventud y los cuidados de siempre. De pronto se abrió la puerta de cristales, que daba a la ronda, y entró Millán, yendo a sentarse junto a su amigo. Venía mal encarado, con los ojos aún abrillantados por la ira. ¿Qué ha sucedido? ¿La has visto?

Escribo tan sólo un juicio formado en los días de la primera salida de la hermosa novela, y lo que intenté decir entonces, tributando al compañero y amigo el debido homenaje, lo digo ahora, seguro de que en esta manifestación tardía el tiempo avalora y aquilata mi sinceridad.

Pero yo no quiero que mueras, grandísimo majadero. Yo te ordeno que sigas viviendo, y debes obedecerme... Imagínate que soy tu padre... Tu padre no, porque murió siendo niño... Hazte cuenta que soy tu madre, tu vieja mamá, á la que tanto quieres, y que te dice: «Obedece á tu amigo, que es lo mismo que si me obedecieses á

En medio de la pelea, Donde el coraje campea, Se lanzaba con ardor; Y su estridente bufido Cual del clarin el sonido Daba al ginete valor. A mi lado ha envejecido, Y hoy está cual yo rendido Por la fatiga y la edad; Pero es mi sombra en verano, Y mi brújula en el llano, Mi amigo en la soledad.