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Se sacó la caja y se la colocó en el coche que habían mandado de San Juan del Pie del Puerto. Todos los labradores de los caseríos propiedad de los Ohandos estaban allí; habían venido de Urbia a pie para asistir al entierro. Y presidieron el duelo Briones, vestido de uniforme, Bautista Urbide y Capistun el americano. Y las mujeres lloraban.

De modo que el joyero Simoun que pasaba por indio inglés, portugués, americano, mulato, el Cardenal Moreno, la Eminencia Negra, el espíritu malo del Capitan General como le llamaban muchos, no era otro que el misterioso desconocido cuya aparicion y desaparicion coincidían con la muerte del heredero de aquellos terrenos.

Esta caja, señoras y señores, continuó el americano, contenía un puñado de cenizas y un pedazo de papiro, donde había algunas palabras escritas. Véanlo ustedes, pero les suplico no respiren con fuerza porque si parte de la ceniza se pierde, mi esfinge aparecerá mutilada.

¿Es cuestión de integridad de nuestro territorio? También sobre esto hay mucho que decir y no poco que distinguir. Harto menguada estaría ya dicha integridad, si la hubieran constituído lo mejor del continente americano, la Sicilia, la Cerdeña, el Portugal con todas sus posesiones, y tantos otros Estados, provincias y países como nos han pertenecido y ya no nos pertenecen.

Además, que «obras son amores». Tal vez la que más envidiaba a la de Valcárcel era la mujer del americano Sariegos, el más rico de la provincia, que podría aturdir a todos los Valcárcel del mundo envolviéndolos en papel del Estado y en acciones del Banco y otras mil grandezas; pero Sariegos no permitía tales despilfarros, que en él no lo serían, y su señora tenía que contentarse con un lujo muy mediano.

Sólo algunos parroquianos viejos, de solvencia probada, venían á beber de pie ante el mostrador. Don Antonio el Gallego había cortado violentamente el crédito á la mayor parte de los concurrentes, y para apoyar su voluntad de no dar nada al fiado, tenía un revólver en cada cajón del mostrador y el hermoso rifle americano debajo de su asiento.

Podía ser América... ¡pero llegaban sus fuerzas con tanta lentitud! ¡eran tan grandes los obstáculos!... Algunos batallones del ejército permanente americano habían desfilado ya por París. Después transcurrían los meses sin que el hilillo continuo de auxilios se convirtiese en torrente. En toda la Costa Azul veía Toledo militares heridos de diversos países.

A media tarde pudo abrazar á su sobrino. Estaba con otros dos voluntarios, un andaluz y un americano del Sur, unidos los tres por la fraternidad de origen y por el continuo roce con la muerte. Ferragut los llevó á la cantina de un mercanti, establecida junto al campamento del batallón.

Como hablamos, no para hacer propaganda de nuestros ideales, sino para informar al pueblo americano de los verdaderos deseos del pueblo filipino, prestando un servicio

Ningún epílogo, podía ser, pues, más americano que el de Angelina. Americano, aún cuando fuera antaño europeo también. Traducida en la actualidad, haría sonreir.