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Cuando llegó jadeando á lo alto, atravesó, á la carrera casi, una crujía, se entró en la cocina, y sin hablar una palabra se precipitó á las hornillas, y levantó la tapa de una cacerola de una manera nerviosa. Los ojos de Montiño brillaron de una manera particular. ¿Quién ha rellenado este capón? dijo con voz estentórea y amenazadora.

Pero los conspiradores le siguen, le interceptan el paso, y uno de ellos, llamado Francisco Sálias, auxiliado del populacho, le obliga á volver á la casa capitular sin que los cuerpos de guardia que encuentran al paso opongan la menor resistencia, sino que, antes por el contrario, manifiestan su actitud amenazadora negando á su jefe los honores de ordenanza.

Sin embargo, por uno de esos actos inexplicables en los hombres, por uno de esos caprichos de la suerte, el mismo que acababa de robarles se presentó en actitud amenazadora á protegerlos; y habiéndolos reclamado enérgicamente á Ribas, les prestó auxilios y partieron para Cartagena el dia 8, mas dispuestos que nunca á sacrificarse por su patria.

Estábamos D.ª Gregoria y yo enfrascados en este coloquio, que no dejaba de interesarme, cuando volviendo de su oficina D. Santiago Fernández, quitóse gravemente el pesado uniforme, que su consorte colgó en la percha, no lejos de la amenazadora lanza, y se dispuso a comer.

Un momento después el Galeón Amarillo completaba su evolución, el viento hinchaba las velas y escapaban todos al gravísimo peligro, huyendo de la amenazadora costa, entre las aclamaciones de marineros y soldados. ¡Dios sea loado! exclamó el capitán enjugando el sudor que le bañaba la frente.

Ni soñando dejaba de hablar de las puertas, de rogar, de suplicar y aun de exigir con voz terrible y amenazadora que las abriesen; la enfermera tenía miedo de quedarse con él de noche, aunque le habían puesto una camisa de fuerza y le habían atado a la cama. Mejoraba rápidamente.

Los alrededores del depósito estaban ocupados por grupos de hombres con blusas blancas, de mujeres con los brazos arremangados, que acababan de salir de los lavaderos. Todos comentaban la catástrofe con gritos de cólera y maldiciones. Las mujeres eran las más audaces y ruidosas. Miraban hacia Madrid levantando los brazos con expresión amenazadora.

El aullido continuó sonando a largos intervalos, y cada vez que su ronca estridencia cortaba el silencio, Febrer se estremecía de impaciencia y de cólera. «¡Cristo! ¿Iba a pasar así la noche, desvelado por esta serenata amenazadora?...»

Después de semejante escándalo, era imposible pensar, durante mucho tiempo al menos, en hacerle abrazar la carrera de la Iglesia. Y esto era lo que Arturo deseaba. Su tío escribió a Judit la amenazadora carta que ya conocen ustedes, y el Rey comunicó al Conde la orden de abandonar a París en el término de veinticuatro horas. Era forzoso obedecer.

Y detrás de esta sonrisa quiso percibirse, allá en el fondo de la garganta, una risa apagada, nerviosa, amenazadora, como jamás tampoco había salido de su pecho. Todas las almas, hasta las más puras, se sienten acariciadas en algún instante de la vida por el crimen. La condesa sentía ahora sobre la frente su beso ardoroso, maldito.