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Cuando nos quedamos solos esa misma noche y nos paseábamos por una senda extraviada del parque, me manifestó claramente sus intenciones, y me impuso la obligación de aceptarlo como esposo, obligándome a que me casara secretamente, sin que mi padre lo supiera. Me amenazaba con poner en conocimiento de la policía el pretendido crimen, si no aceptaba sus condiciones.

Ni que fuéramos chiquillas, para ir con el cuento y comprometerle a usted...». Pero una de aquellas señoras creía que era pecado mortal no indicar algo a doña Lupe, porque esta al fin lo tenía que saber, y más valía prepararla para tan tremendo golpe. ¡Pobre señora! Era un dolor verla con aquella tranquilidad, tan ajena a la deshonra que la amenazaba.

Maltrana sentía la dura redondez del hemisferio materno, el contacto de aquel fardo de vida que amenazaba su porvenir. La juventud había huido de él para condensarse en esta cavidad. La pobre Feli había perdido de golpe la alegría y la salud.

Fue la que nos prestó los ocho duros aquellos, ¿sabe? cuando la señora tuvo que sacar cédula con recargo, y pagar un poder para mandarlo a Ronda. Ya... la que venía todos los días a reclamar la deuda y nos freía la sangre. La misma. Pues con todo, es buena mujer. No nos hubiera reclamado por justicia, aunque nos amenazaba. Otras son peores.

El Capitán, con la cuerda de la vela en las manos, la cabeza descubierta, los cabellos al viento, y pálido, pero resuelto, desafiaba con serenidad a la muerte, que le amenazaba por todas partes, y daba con voz segura las voces de mando.

Llegaron a tierra y se alejaron a toda carrera en dirección opuesta a los piratas. Sólo se detuvieron cuando llegaron al lindero del bosque. La casa aérea seguía ardiendo y amenazaba desplomarse de un instante a otro. Las llamas subían, bajaban y se enroscaban como serpientes, lanzando al aire nubes de humo y constelaciones de chispas.

El amo entonces extendia el palo, como para rechazar al animal, y el infeliz perro, al notar que su amo le amenazaba con el baston.... ¡Oh ejemplo que asombra! ¡Oh virtud que aturde! ¡Oh lealtad que debia dar vergüenza á los hombres!

Al expresarse de este modo, poseído de súbito furor, se puso en pie, y antes de que Benina pudiera darse cuenta del peligro que la amenazaba, descargó sobre ella el palo con toda su fuerza. Gracias que pudo la infeliz salvar la cabeza apartándola vivamente; pero la paletilla, no.

La condesa, por hallarse en presencia de un extraño, no soltó la ira que a borbotones quería escapársele del pecho, al ver en su hijo la obstinada genialidad, que amenazaba echar por tierra todos sus proyectos; mas conociendo yo que aquel volcán necesitaba cumplido desahogo por el cráter de la boca y quizás por el de las manos, juzgué prudente retirarme.

Tantas ideas y sentimientos encontrados, la vida retirada, y la conciencia de que en ella algo padecía y se rebelaba y amenazaba estallar, fueron concausas que trajeron las crisis nerviosas que estaba curando Benítez lo mejor que podía. Con toda el alma había creído Ana que iba a volverse loca.