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Para defensa de la ciudad tienen artilleria, lo que se sabe fijamente, porque á tiempos del año la disparan: no tienen fusiles, para su personal defensa usan coletos. Tambien usan otras armas, que los indios llaman laques, y son dos piedras amarradas cada una en el extremo de un látigo, en cuyo manejo son diestrísimos, y por esto muy temidos de los indios.

Y como si las palabras del viejo trajesen a las dilatadas narices de los caballos un lejano perfume de la deseada primavera, comenzaron a relinchar, a dar saltos, a morderse, a estremecer sus vientres con agitaciones de péndulo, a resbalar las patas delanteras sobre las grupas más cercanas, haciendo esfuerzos por libertar sus cabezas amarradas a las anillas.

Saliendo de San-Xavier, se toma un arroyo que serpentea en la llanura por entre alamedas de palmas carondais; y despues de haber andado como dos leguas, se desemboca en un bañado en el cual está el puerto, que solo se distingue por su barraca y por el sin número de embarcaciones amarradas en él: de allí se entra inmediatamente al Mamoré.

Una calzada de un cuarto de legua conduce de la mision al puerto, especie de bañado en donde se ven amarradas las canoas, confiadas á la vigilancia de una familia indígena. Este es el parage donde van tambien á bañarse diariamente los indios y las indias, seguros de no ser molestados por los caimanes.

Cuando nos acerquemos al término del viaje descansarán dentro del buque, amarradas entre esas cuñas que hay en el suelo; pero durante la navegación van suspendidas afuera, prontas a ser echadas al agua en caso de peligro... ¿Y ese bosque de trombones amarillos con boca roja que surge por todos lados, como gargantas de dragón?

Las tres anclas están ya en el centro del buque, con veinte pies de cable cada una y sólidamente amarradas al palo mayor, con cuatro buenos marineros á cargo de cada ancla. Según vuestras órdenes, diez hombres distribuídos á lo largo de la cubierta, con pellejos llenos de agua, cuidarán de apagar todo fuego que puedan producir las flechas incendiarias si las usan esos bandidos.

De este modo lo pasaba razonablemente, hasta que logró restablecerse, poniéndose capaz de andar á caballo, è ir con ellos á cazar y correr yeguas cimarronas, que ya habia algunas: y despues de algun tiempo dispusieron pasar el rio los indios con las familias, y lo ejecutaron á nado en unas pelotas de cuero, en donde se ponian ellos con sus mugeres y sus hijos, y dentro ponian los toldos, que son de cueros de caballos, y con guascas, ó cuerdas de cuero amarradas de los caballos, que tienen muy especiales para pasar el rio, se echaron, las pelotas y pasaron todos con felicidad á la otra banda, y alli volvieron á acamparse, siendo su egercio el cazar avestruces en venados y otros bichos y animales para comer, pasándose muchísimo tiempo en jugar, perdiendo cueros de caballo que se ganaban los unos á los otros, y no se reconoció que huviese ningun cacique entre ellos, pues todos igualmente mandaban y tenian sus pendencias, y á veces habia varias muertes.

Las embarcaciones tocábanse unas á otras amarradas á las enormes anillas de los malecones, en cuyas piedras una faja húmeda y fangosa marcaba las subidas y descensos de las mareas. Veíase el incesante ir y venir de las cargueras, míseras mujeres de ropas sucias y cara negra, pasando y repasando como filas de hormigas por los tablones que servían de puente entre los buques y el muelle.

No importa que seamos tan feas como una bruja o tan bellas como Venus, tenemos que estar amarradas a alguna mujer de edad, que muy frecuentemente sucede que es tan aficionada a un «flirteo» moderado como la ingenua joven que está a su cargo. Discúlpeme, señor Greenwood, que le hable tan cándidamente, pero mi opinión es que los métodos modernos de la sociedad son todos fingidos y engañadores.

Rafael llegó al puente del Arrabal, una de las dos salidas de la vieja ciudad edificada sobre la isla. El Júcar peinaba sus aguas fangosas y rojizas en los machones del puente. Unas cuantas canoas balanceábanse amarradas a las casas de la orilla.