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«¡Qué diablo, alguna había de haber!». Los seductores de la clase media que anhelaban siempre meter la cabeza en la aristocracia, declararon lo mismo: «Ana era invulnerable». Esperará algún príncipe ruso decía Alvarito Mesía, que vivía entre plebeyos y nobles. Alvarito no había dicho nunca a Anita: «buenos ojos tienes». Eran dos orgullos paralelos.

Pues allá voy dijo León. Y salió de la estancia. A los pocos instantes volvió a entrar con Alvaro Luna y su querida la Conchilla. Les hicieron una ovación. Rafael se adelantó con la copa en la mano y cantó: Murió Alvarito, Dios le tenga en gloria; Bebamas una copa a su memoria. Hizo gracia la ocurrencia porque Alvaro se había batido por la tarde. Pepe Castro le abrazó.

No hay cosa más ridícula que andar dibujando tajos en el aire y haciendo ruido con los sables como en el teatro. Un buen golpe recto, partiendo de la inmovilidad, ¡esa es la manera de concluir pronto! Murió Alvarito, Dios le tenga en gloria; Bebamos una copa a su memoria. volvió a cantar Rafael con voz engolada levantando la copa de champagne.

O una Tarsilita. ¿Te acuerdas de Tarsila que tuvo aquel lance con aquel cadete, y después con Alvarito Mesía no qué amoríos? Todo era inocencia decían los bobalicones de aquí. Si es claro, si genio y figura... Cuando falta una base firme... ¡Si sabrá una!... ¿Pues, Obdulita? Ya ves lo que se dijo el año pasado; después se negó, se aseguró que era una calumnia... ¡A , que soy tambor de marina!

Ella, sin embargo, negaba a cada uno de sus amantes todas sus relaciones anteriores, menos las de Mesía. Eran su orgullo. Aquel hombre la había fascinado, ¿para qué negarlo? Pero sólo él. Era viuda y jamás recordaba al difunto; parecía la viuda de Alvarito; «¡era su único pasado!». Aquella tarde estaban guapas las dos; era preciso confesarlo. Por lo menos Paco Vegallana lo confesaba ingenuamente.

Y ¿por qué no había de estar ya Mesía disputando ese dominio? ¿No cabía en lo posible que la Regenta, aquella santa, y el don Alvarito, se entendieran y quisieran coger en una trampa al pobre Fermo?». Estas malas artes, por complicadas y sutiles que fuesen, las suponía fácilmente doña Paula en cualquier caso, porque ella pasaba la vida entregada a combinaciones semejantes.

Cuando, a pesar de su deplorable situación, a Serafina, que le cuida, la mira con ojos encandilados y lo ve doña Inés, esta le dice: ¿Es posible, Alvarito, que no te abandone el demonio que te posee? ¡El vicio, que huye de todo tu cuerpo, se te mete en la cabeza y no te deja! ¡Da asco y vergüenza! ¡Ta, ta, ta, ta, ta! contesta don Alvaro.

Total, que ella bajaba para Palomares, donde ha comprado una especie de chalet o demonios; bueno, pues, cátate que nuestro Alvarito, en vez de tomar el tren que subía, el de Madrid, toma el que baja, da órdenes a su criado, para que recoja corriendo el equipaje y se meta en el reservado que traía la ministra, un coche salón con cama y demás.