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Levantadlos al ejemplo más alto: La idea cristiana, sobre la que aún se hace pesar la acusación de haber entristecido la tierra proscribiendo la alegría del paganismo, es una inspiración esencialmente juvenil mientras no se aleja de su cuna. El cristianismo naciente es en la interpretación que yo creo tanto más verdadera cuanto más poética de Renán, un cuadro de juventud inmarcesible.

Sin un leve instante de reposo, Tiburcio tocó en la puerta con el pomo de su espada y gritó alto para que le oyese quien estaba dentro: ¡Urbási! ¡Urbási! Abre. Ten confianza en nosotros. Venimos a salvarte. La puerta se abrió enseguida y Urbási se mostró bajo el dintel, serenamente hermosa, como una aparición del cielo. Desalumbrado, extático quedó Morsamor al contemplar de cerca tanta hermosura.

El espolique me sacaba, como siempre, una buena delantera; y cuando llegué a lo alto, encontréle esperándome, sombrero en mano, en el vestíbulo o «asubiadero» de un santuario que hay allí.

Desde su rompimiento, la joven guardaba en el fondo de su pecho hacia el majo un sentimiento indefinible, mezcla de rabia y simpatía, de desprecio y amor. Velázquez, que siempre había sido poco amigo de echar las piernas al alto, se negaba, haciendo, sin embargo á su antigua novia mil cortesías, mostrándose con ella extremadamente dulce.

Rebuscó en todos sus bolsillos hasta dejarlos limpios, distribuyendo a ciegas las piezas de plata entre las manos ávidas y en alto. Ya no hay más. ¡Se acabó el carbón!... ¡Dejadme, guasones!

La chiquillería del claustro alto, que tanto enfadaba al Vara de plata, sacerdote encargado de la dirección y buen orden de la tribu establecida en los tejados de la catedral, admiraba al pequeño Gabriel como un prodigio. Aún no sabía andar y ya leía de corrido.

Al fin de la primera jornada se hace alto en un banco de arena, ó si se quiere en los bosques de la orilla.

La dársena, negra y solitaria, se poblaba de tenues lucecillas en lo alto de los mástiles. Quedó indeciso Ferragut entre ir á comer á su casa ó en un restorán de la Rambla. Luego sospechó que algunos de los fugitivos del cafetucho podían estar cerca de él, dispuestos á seguirle.

De nuevo volvió a aparecer en lo alto y otra vez tornó a ocultarse, mirando resbalar por delante de una legión presurosa de nubes de todas formas y tamaños que volaban a regiones desconocidas. En el espacio de media hora presentose y ocultose un número incalculable de veces, ofreciéndose a los ojos de los viajeros como un navío presto a sumergirse en aquel océano inquieto y tenebroso.

Un portazo o un salto ligero entre la hierba interrumpía de vez en cuando el silencio monótono que reinaba en aquel solitario lugar: era una cabra, que acudía a rumiar al resguardo del viento. Al verme se detenía absorta, y quedábase plantada ante , con aire vivaracho, los cuernos en alto, contemplándome con ojos juveniles...