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Poseía, sin embargo, una cierta altivez que podía confundirse con la rusticidad, un orgullo salvaje que a veces coloca Dios en las almas inocentes como ángel custodio; arma que el pudor tiene cuando la naturaleza no le ha otorgado el don de la perspicacia.

Amparo me miró con una profunda y grave atención, y me preguntó: ¿Y qué ha pensado usted? He pensado, primero, en que la posición en que te encuentras es muy precaria. He nacido pobre, me contestó con altivez; mi porvenir es el trabajo; acaso con mucha aplicación y alguna suerte podré adelantar; tener dentro de algunos años un taller mío. ¿Y las enfermedades?

El tío Manolillo remedaba perfectamente la prosopopeya del duque de Lerma, que poco antes acababa de salir con el mismo continente y la misma altivez de la cámara del rey. Al llegar á la cortina, un sumiller le detuvo. No se puede pasar le dijo. ¡Eh! ¿Qué sabéis vos? dijo el tío Manolillo ; yo no paso, me quedo. El rey...

Nosotras somos así decía con altivez. Cada uno es como se ha educado. Bastante se sufre viviendo con gentes que son de otra clase. La madre y la hermana iban más lejos. Nosotras somos las de Lizamendi le decían con arrogancia. ¿Y quién eres ? Un chico de Olaveaga, criado en las gabarras de la ría.

Maltrana, con toda su altivez intelectual, vigilaba el fogón, y a falta de ocupaciones más importantes, aprendía torpemente de Feli el secreto de los guisos. ¿Dónde estaban aquellos pucheretes sabrosos de su luna de miel, aquellos platos que daban ganas de comerse a besos las manos de la amada hacendosa?... La vida era triste, y los pucheretes unas veces salían crudos y otras carbonizados.

¿Quieres acaso que vaya desnuda? decía con altivez . Mira lo que hace el viento; es menos interesante que yo, no tiene cuerpo, y sin embargo se envuelve en una capa de polvo al correr á lo largo de los caminos y de un manto de hojas secas cuando atraviesa las selvas. De vez en cuando un querubín volaba en torno á la granja, como un palomo perdido.

En sus ojos negros brillaba una especie de altivez dolorosa y una especie de audacia amenazadora, como si lanzara un reto a sus enemigos invisibles; sus facciones contraídas se distendieron de pronto, sin embargo, y su expresión se tornó tranquila y paciente, al dirigirse a pasos lentos al cuarto de Elena; una suave serenidad iluminaba su rostro, y le dijo a la joven que se arrojó desesperada a su cuello con los ojos llenos de lágrimas: Vamos, Elena, mi querida hija; no llores así.

Recuerdo que un dia cierto baron ó conde muy estimable, me invitaba á dejarme presentar en Palacio para conocer la Corte de cerca y besar la mano á la reina. Le contesté riendo: «Señor mio, no tengo inconveniente en besarle la mano á una dama; por galantería; pero cuando la dama fuese reina, me sentiría humillado en mi altivez de republicano.

Únicamente por un esfuerzo de voluntad y altivez pudo el marqués seguir hasta el fin la narrada conversación que fue para él interminable suplicio, y tanto, que más de una vez tuvo que hacer un llamamiento a su razón para no acusar a Fabrice de verdugo, despiadado e irónico... En vano le había afirmado el artista con palmaria sinceridad que Beatriz ignoraba su pasión; ¿qué sabía el pintor?

El conde y él hablaron poco, pero pasaban largas horas juntos, sentados al lado de la rueda del timón, mirando el mar. Eran más amigos que en tierra, aunque se cruzaban entre ellos escasas palabras. La vida común aminoraba la altivez del fingido diplomático y hacía que el capitán descubriese nuevos méritos en su persona.