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Pero el clero se resistía al despojo con la altivez y la majestad de los derechos adquiridos, y las manos impías tiraban de las santas vestiduras, profanándolas hasta rasgarlas. Gritos, coces, imágenes y cirios por el suelo, escándalo y abominación, como si ya hubiese nacido el Anticristo. La prudencia de Ulises ponía término á la lucha. «¿Si fuésemos á jugar al pòrche?...»

La Pipaón no la trataba ya con tanta altivez, aunque cuidando siempre de establecer la diferencia que existe entre una señora honrada y una mujer de conducta misteriosa y equívoca.

Le tomé del brazo y llevándole a parte le dije: Comandante ¿Pablo se va a Rusia? , su viaje está decidido. He pensado... si quisierais que... En fin, sería mejor... Sin duda alguna, la cosa era mucho más difícil de decir que lo que yo me había imaginado. Mi altivez ponía obstáculos y me aconsejaba callar. ¿Y qué, hijita? Habla pronto, mira que me hielo aquí.

No decían nada, pero el capitán adivinó sus palabras sin sonido... Le insultaban. Era el insulto del hombre de jerarquía superior al siervo infiel; el orgullo del oficial noble que se acusa á mismo por haber fiado en la lealtad de un simple marino mercante. ¡Traidor!... ¡traidor! parecían decirle sus ojos insolentes, su boca murmurante y sin voz. Ulises se encolerizó ante esta altivez.

Y déste y de aquél, y de aquéllos y de éstos, libre y desenfadadamente triunfa la hermosa Marcela; y todos los que la conocemos estamos esperando en qué ha de parar su altivez y quién ha de ser el dichoso que ha de venir a domeñar condición tan terrible y gozar de hermosura tan estremadaPor ser todo lo que he contado tan averiguada verdad, me doy a entender que también lo es la que nuestro zagal dijo que se decía de la causa de la muerte de Grisóstomo.

Fui reconocido y aclamado cordialmente, y a pesar de mis temores y tristezas, me sonreí al notar la frialdad y altivez con que me recibió mi amada. Había oído ya que el Rey se proponía salir de Estrelsau para ir de caza. Siento que no podamos divertir a Vuestra Majestad lo suficiente para retenerle en la capital dijo golpeando ligeramente el suelo con el pie.

Era sin duda a impulsos del miedo que acababa de pasar... Y acogiendo esta muda amabilidad con desdeñosa altivez, siguió adelante, sin responder al saludo. La gloria salió a su encuentro. Le rodearon las gentes en la cubierta, mostrando gran interés por su salud. Hasta las damas menos comunicativas le pedían noticias.

La sencilla alegría, el aire risueño y las actitudes infantiles que caracterizaban á la italiana, estaban reemplazadas en la inglesa por la fría altivez, la grave seguridad y la firme actitud de una artista segura del público y de misma.

Solo y condenado a trabajar para vivir, sentía, sin embargo, la vergüenza del miserable que tiene como único mérito ser esposo de una mujer hermosa. Todo su valor consistía en huir cuando la encontraba a su paso, insolente y triunfadora en su deshonra; huir perseguido por aquellos ojos que se fijaban en él con sorpresa, perdiendo su altivez de mujer codiciada.

Aviso a los aficionados. Se levanta y se marcha con la altivez de una reina. Se levanta y va hacia su cabina rumiando los más amargos pensamientos. Tropieza con la señora Grelou, que lo detiene. Está muy conmovida. El dolor la ha envejecido diez años. LA SE