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Ruge el viento enfurecido En la blanquecina vela, Mientras ligero revuela Del corsario el pabellon. Sentado un hombre en la popa El ancho rio admirando Meditabundo fumando, Entre una nube se : Es su frente ancha y altiva, Es tostado su semblante, Es su mirar penetrante Y su brazo de temer.

Su frente es altiva, sus ojos de águila, su fuerza irresistible, su movimiento el del tapón de una botella de champaña. Pero para dar al gas una forma, no hay más medio que el de encerrarle en un continente que la tenga. Nada, pues, más natural que el que demos a esta especie el nombre de hombre-globo: sólo así podemos hacerle perceptible a nuestros sentidos.

Hablaban con unción de los millones heredados de sus padres, de sus formidables riquezas de origen industrial, que les habían permitido comprar un marido noble, entregándose luego á sus gustos de maritornes andariegas. No he tenido suerte... Soy demasiado altiva para triunfar. Los hombres me encuentran de mal carácter, discutidora y nerviosa.

Los hombres de los buques eran los más furiosos, por lo mismo que arrostraban á todas horas la traidora asechanza submarina. «¡Ah, bandido!...» Muchos puños cayeron sobre él, haciéndole bambolear bajo sus golpes. Cuando el preso quedó resguardado por los pechos de varios suboficiales, Ferragut pudo verle de cerca, con una sien manchada de sangre y una expresión fría y altiva en los ojos.

El joven atravesó la plaza de Armas y se encaminó en derechura al pórtico del alcázar sin detenerse un punto á mirarle, á pesar de que pertenecía al gusto del renacimiento y era harto bello y rico para no llamar la atención á un forastero; pero fuese que nuestro joven no se admirase por nada, fuese que le preocupase algún grave pensamiento, fuese, en fin, que comprendiese que es más fácil hacerse paso cuando se camina de una manera desembarazada, altiva y como por terreno propio, la verdad del caso fué que se entró por las puertas del alcázar como si en su casa entrara, alta la frente, la mano en la cadera y haciendo resonar sus espuelas de una manera marcial sobre el mármol del pavimento.

Un círculo pálido se dibujaba en torno de sus hermosos ojos, que se paseaban con expresión altiva de su marido á la institutriz y de la institutriz á su marido. Tenía las mejillas inflamadas, y por sus narices abiertas entraba y salía el aire rápidamente y con ruido. Con las manos temblorosas acariciaba la ensortijada cabeza de la niña y la apretaba contra su pecho anhelante.

Sus manos, ese indudable signo, por el que se conocerá siempre a una persona distinguida, eran aún bellas: su mirada altiva y fija. Estaba, pues, metido en una verdadera aventura. Me parece que adivino de lo que quiere usted hablarme; me dijo mirándome con una extraña fijeza; y sin dejarme tiempo para contestar añadió: sin duda se trata de Amparo. ¡Se llama Amparo!

Se había mantenido soltera, abominando del mundo después de ciertos desengaños de su juventud, de los que era responsable el padre de Jaime. Toda la acometividad de su carácter bilioso y el entusiasmo de su fe seca y altiva los había dedicado a la política y la religión. «Por Dios y por el Rey», le había oído decir Febrer al visitarla siendo muchacho.

Adivinó todo el calor de alma que la altiva joven disimulaba por una especie de pudor bajo sus heladas apariencias, y su pasión, un momento en derrota, lo ganó de nuevo por entero. Marcela volvió al castillo y Beatriz se puso a la obra bajo la vista del maestro. Acababa de dibujar una especie de chalet, cubierto por una enredadera que servía de habitaciones al jardinero.

Agarrado con irresistible presión como siempre a sus ideas, su marido no quiso escucharla, oponiendo a todas sus razones una actitud altiva y desdeñosa. Comió poco y estuvo sombrío y silencioso mientras duró la cena. Cuando habían llegado a los postres sonó el timbre de la puerta. El criado fue a abrir y entró después sin decir nada. ¿Quién llamaba?