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Indudablemente, y no lo decía por alabarse, él no había esperado menos del régimen homeopático e higiénico a que había sometido a su cliente: sin aquellos glóbulos, y más particularmente sin la influencia físico-moral de los buenos alimentos, de los paseos y, sobre todo, de las distracciones, aquel organismo hubiera continuado viviendo una vida valetudinaria, sin esperanza, ni remota, de tener fuerzas sobrantes suficientes para sacar de ellas una nueva vida, un alter ego.

Sumaban ya seis mil pesos los entregados por fray Venancio, cuando una noche se sintió éste acometido de un violento cólico miserere, enfermedad muy frecuente en esos siglos, y al acudir fray Antolín encontró a su alter ego con las quijadas trabadas y en la agonía. No pudo, pues, mediar entre ellos la menor confidencia, y fray Venancio fué al hoyo.

La de Ribert decía hablando de él: El alma hermana de usted. Genoveva iba más lejos y decía: Tu alter ego. Figúrese usted, señora, que este señor Baltet no me parece ya un extraño... Le adopto, le acaparo y hago causa común con él... De prisa vas respondió Genoveva maliciosamente. ¡Qué lástima, mamá, que el señor Baltet y Magdalena no se conozcan!...

Se trabajaba allí de día y de noche sin reposo, bajo la dirección inmediata de don Anselmo, el alter ego de don Eleazar; un mozo español, de cuarenta años, sagaz, alerta y ladino para los negocios como un capeador para burlar el toro, y sin el cual rara vez don Eleazar celebraba conferencias sobre negocios delicados e importantes. Don Eleazar jamás se presentaba en teatros, bailes y paseos.

El joven se convirtió en su alter ego, en quien podía confiar con toda seguridad. Juan sería el continuador de su obra. Su naturaleza leal, su espíritu estudioso, su vida entera pasada en la fábrica y en la intimidad elegante de la familia de los Aubry, le habían formado una personalidad atrayente. Nada de ficticio había en él; marchaba en el mundo sin preocupaciones y sin artificios.

Se creía blanco de la enemiga de los Guisas por haber sacado á luz en las Relaciones los proyectos de confederación que formaron con D. Juan de Austria; presumía que la envidia de Villeroy le armara alguna celada, llevando la desconfianza al límite de entender que Gil de Mesa, su alter ego, le espiaba y vendía al Rey, y que éste, para alcanzar arreglo ventajoso con España, entregaría á D. Felipe la persona de su fugitivo secretario .