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Toma un enorme pan, lo corta en sopas, las aliña y las pone á cocer. Sube arriba. La planta alta de la casa constaba de una salita y cuatro dormitorios, todos ellos con ventana al campo. Se dirige al de sus hermanos Pepín y Manolín. ¡Sus! ¡Arriba, holgazanucos, arriba! Los niños antes de levantarse se hacen besuquear y acariciar largamente por su hermana.

Pues porque estaba preso, y por saber que le han soltado y que al verse suelto se ha venido á la corte, son hablillas y la admiración de todos. ¡Bah! dijo el padre Aliaga. Se asegura que va á haber variación en el consejo y en la alta servidumbre. ¿Porque ha venido don Francisco? Dicen que anoche estuvo don Francisco en palacio. Bien, ¿y qué?

Por otra puerta opuesta a la de la sacristía entraron cuatro monjas, se arrodillaron delante del altar mayor y comenzaron a orar en voz alta de un modo extraño, que yo jamás había oído antes.

Después había allí la Catedral. ¡Qué a mis anchas me encontraba en su gran nave obscura, tan sonora, por la que corrían ruidos que no se pueden expresar, bajo aquella bóveda alta y misteriosa y entre aquellos severos pilares por los que parecía que circulaban los ángeles!

A las tres de la tarde, tuvieron por el sud-oeste el cerro del rio de Santa Cruz, que es una punta de tierra alta, toda árida, con un mogote alto á la punta. A las cinco estuvieron este-oeste, con dicho cerro, en catorce brazas de fondo de cascajo, á poco mas de dos millas de la tierra.

El duque pasó, como solía cuando por casualidad iba por allí, sin dignarse arrojarles una mirada, y se fué derecho al pequeño departamento donde Calderón solía estar. Mucho antes de llegar a él comenzó a decir en voz alta: ¡Caramba, Julián! ¿cuándo saldrás de esta cueva? Esto no es una casa de banca; es una cuadra.

Unos traían al pescuezo, en señal de los centenares de azotes que habían de recibir, una cuerda anudada varias veces, a lo largo, y el pueblo contaba en voz alta los nudos, entonando un coro compungido y socarrón, a fin de aumentar el oprobio; otros se señalaban a distancia por la bayeta amarilla de los sambenitos, y la experta multitud deducía las culpas y condenaciones con sólo observar los pintarrajos de aquellos capotes de infamia que, ora llevaban un aspa roja, media o entera, ora las dos aspas del martirio de San Andrés.

En alguna de estas últimas, la alta chimenea indicaba, que bajo su negro tubo se aprisionaban las múltiples fuerzas del vapor.

El Majito, que tan poco sabía del mundo, sabía que los tres entorchados son la insignia del capitán general, y que esta es la jerarquía más alta del ejército. ¡Vaya usted a averiguar dónde esos diablos de chicos aprenden estas cosas!

La viuda anunció al cabo en voz alta que se iba. ¿Adonde va usted, Pepa, en este momento? le preguntó el banquero. A casa de Lhardy a encargar unas mortadelas. La acompaño a usted. Vamos; le convidaré a tomar unos pastelitos. Al duque le hizo mucha gracia el convite. ¿Vienes, chiquita? le dijo a su hija. Clementina aún pensaba quedarse un rato.