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La vieja condesa era una mujer de la misma madera que su hijo, alta, seca, huesuda, modelada como una tabla, plantada majestuosamente sobre dos grandes pies, morena hasta dar miedo a los niños, con una mueca aristocrática que parecía una sonrisa, y el pelo gris partido. Escuchó el relató de don Diego con la condescendencia rígida y desdeñosa de otras épocas para las pequeñeces de hoy.

Era la de los Luna, y aunque alguien hiciese burla del parentesco, allí estaban sus ilustres ascendientes don Álvaro y su mujer, en tumbas monumentales. La de doña Juana Pimentel tenía arrodillados en sus ángulos a cuatro frailes de mármol amarillento, que contemplaban a la noble señora tendida en la parte alta del monumento.

Es imposible respondió el Cojuelo , porque decendemos todos de la más noble y más alta Montaña de la tierra y del cielo, y aunque seamos zapatero de viejo, en siendo montañeses, todos somos hidalgos ; que muchos dellos nacen, como los escarabajos y los ratones, de la putrefacción.

D.ª Eloisa tornó a exhalar otro suspiro y dijo con acento dolorido, como si terminase en alta voz un monólogo: ¡Qué lástima que le hayan pervertido en Madrid! Álvaro tiene buen corazón... y todos dicen que es hombre de talento. Los clérigos se sintieron molestados por aquellos elogios.

Estas palabras dichas, retiróse discretamente Fabrice en el momento que comenzó a bailarse. Su creciente reputación le había abierto de par en par las puertas de los salones y de la alta sociedad parisiense; pero, como la mayor parte de aquellos que nacieron fuera de ese medio y a él llegaron tarde, sentía siempre en el mundo cierta cortedad, cierta inquietud que lo desconcertaba, disgustándolo.

Al orden de los heurópteros pertenece el Termes Monocerus, denominado también Anay ú hormiga blanca, que es un insecto notable, en cuya parte alta lleva tres ojuelos, hallándose armado de durísimos dientes en forma de tenazas, con los cuales destruye en pocos instantes maderas, ropas, papeles, libros, etc. La única madera que no ataca es el molave por su amargor y dureza extremada.

Lágrimas mías: ¿por dónde estáis que no corréis a mares?, como cantó el poeta. Unos amores desdichados, . Pero no quiero mentarlos. ¿Cúya es la culpa? ¿De ella? Jamás, jamás, jamás. La culpa es mía. Me enamoré de una beldad tan alta como la blanca Beatriz. Merecida es mi pena, y yo la acepto con júbilo infinito.

¡Ahí es nada! ¡con tío en palacio, cocinero de su majestad y enredador, avaro y celoso! ¡cuando os digo que habéis hecho suerte! ya veréis; ahora, si os importa ver vuestro tío, seguid á mi lado, ni más ni menos que si no os hubiesen negado la entrada; alta la cabeza, fruncido el ceño, y por no dar, que el dar daña, no les deis ni las buenas noches.

A la una... a las dos... ¡Cornias! dijo en voz alta , atraca otra vez... y aguárdate así, que vuelvo enseguida.

Yo rezaré entretanto. Y entrando de nuevo en la estancia, arrodillose al lado del lecho mortuorio, sacó su breviario, y a la luz parpadeante de los blandones, fue leyendo en voz alta, compuesta y grave, las cláusulas melancólicas del oficio de difuntos.