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El mar no es verdaderamente hermoso, cuando está manso, sino en su contraste maravilloso con la tierra. Lejos de las costas, en alta mar, la escena es monótona cuando la tempestad no agita los ondas y produce sus fenómenos sublimes. Así, todo el interés de la navegación estaba en las escenas de á bordo, casi siempre grotescas.

A las doce o doce y media salían todos en pelotón, remangándose los pantalones y las faldas respectivamente, y guareciéndose debajo de los paraguas, charlando en voz alta al través de las calles solitarias y húmedas. Los vecinos, a quienes el sueño no tenía presos, decían: «Ahora salen del Liceo». Esto era todo.

Aquí se oían alabanzas a los dueños de la casa, dichas en voz alta; allá se agrupaban otros a murmurar censuras; unos buscaban a sus conocidos; saludaban todos a los duques; los más serios o curiosos examinaban en los salones inmediatos las obras de arte coleccionadas con exquisito gusto, o los libros de lujo, puestos sobre las mesas de riquísimas incrustaciones; y los jóvenes, juntos con los viejos alegritos, parados en las puertas, pasaban revista a las que entraban, cambiando apretones de manos, diciendo lisonjas o recibiendo miradas que parecían señas.

Ni faltaba tampoco el caballero obligado de buena sombra, que dice gracias en voz alta y anda de grupo en grupo «quedándose con todo María Santísima». Era hombre de cincuenta años, poco más o menos, de mediana estatura, color cetrino, ojos saltones y bigote teñido, con las puntas engomadas. Se llamaba D. Acisclo. Un gran humorista.

Pertenecía el joven marqués a la colonia veraniega del Escorial. Su madre, la marquesa viuda, poseía un bonito hotel en la parte alta del pueblo y solía venir con su hijo temprano y marchar tarde porque a éste, supuestas sus aficiones, le placía extremadamente la estancia allí. Y su madre le seguiría no sólo a este real sitio, sino a otro infernal si fuera preciso.

Por cierto que lo primero que se veía en la sala de su casa era un gran retrato del propio Bonifacio en traje de ceremonia, con una pluma muy alta en la gorra y un manto blanco de extraordinaria longitud sobre los hombros. Guardaba en su casa dos o tres baúles llenos hasta arriba.

Esta nave, dividida por lo comun en su altura en dos cuerpos, formaba una especie de galería alta ó tribuna, que se reservaba para las viudas y las vírgenes particularmente consagradas á la oracion.

De otra manera nada se explica. ¿En qué consiste que estuviese España tan alta en tiempo de los Reyes Católicos y que esté tan baja ahora? ¿Valen menos los hombres del día? No lo ; pero me inclino á creer que no.

27 si no temiese la ira del enemigo, no sea que se envanezcan sus adversarios, no sea que digan: Nuestra mano alta ha hecho todo esto, no el SE

Aquellas letras perpetúan el nombre de las personas que sufrieren el cautiverio de la Bastilla, de la alta prision de Estado, de aquella Inquisicion de la edad media, de aquel Gólgota religioso y político.