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Almorzamos un bocado, y el viejo tomó sus alforjas y, porque no viésemos lo que sacaba y no partir con nadie, desatólas a oscuras debajo del gabán, y agarrando un yesón echósele en la boca y fuele a hincar una muela y medio diente que tenía, y por poco los perdiera. Comenzó a escupir y hacer gestos de asco y de dolor; llegamos todos a él, y el cura el primero, diciéndole que qué tenía.

No si es historia; pero entre un español y un francés, hay algo que riñe. Almorzamos en la calle Vivienne á las doce dadas, y dirigimos nuestras visitas á diferentes travesías de los bulevares. Apenas se encuentra establecimiento comercial de alguna importancia, en donde no aparezca, en puerta ó balcon, algun privilegio manifestado en pequeña ó grande medalla imperial.

MÁXIMO. Tu alma... En ella está todo. Chitón. Nos miran. Los mismos; DON URBANO, PANTOJA por el fondo. DON URBANO. ¿Almorzamos? EVARISTA. No hay motivo para alarmarse, amigo Pantoja. MARQU

Así pago, así paga un cafre de allende el Pirineo, el insulto cobarde de un novelista mal educado y aturdido. Almorzamos bastante bien en el establecimiento de caldo de la calle de Montesquieu, y á las seis y media de la tarde entrábamos en el restaurant de San Jacobo, calle del Rívoli, en donde ya nos esperaban el viejo Lesperut y su hijo Hipólito, teniéndonos reservados dos asientos en su mesa.

¡Ah! dijo hablando con él, esta es la primera vez que almorzamos bien, Mustafá. Pues así puedes almorzar, la dije, todos los días. Pintose una expresión de reserva en el semblante de Amparo.

Pero se me hace muy cargante con estas cosas políticas. Las mujeres no tienen más oficio que uno. , hombre... quién la mete a ella... tiene chiste. Es una epidemia. Almorzamos política y comemos ídem. Se va volviendo España un manicomio. ¡Bah!

En seguida nos sentamos a la mesa y almorzamos en familia. Nos encontrábamos solos y, como la víspera, los vi reservados e indiferentes; pero, mejor enterado ahora, ¡cuánto amor sorprendí en aquellos ojos que se evitaban constantemente, en aquella fingida frialdad, en aquella silenciosa unión de voluntades, fiel regulador de todos sus pensamientos!

El cocinero mayor, fuese por temperamento, fuese por debilidad, fuese por cálculo, vomitaba todo lo que sabía. ¡Ah! dijo el padre Aliaga, cuya fisonomía había vuelto á ser impenetrable y benévola ¿conque esa comedianta entró con el sargento mayor en casa de doña Ana? , señor. ¿Y el tío Manolillo? Se entró conmigo en una taberna de enfrente, donde almorzamos. ¿Y luego?

Eran más de las once, y tuvimos precision de salir para almorzar. Almorzamos en un restaurant del boulevar de la Buena Nueva, á los cincuenta pasos de nuestra fonda, y nos volvimos para ver qué noticias nos daba Madama Ponteral. Esta pobre mujer habia subido a nuestra habitacion, y habiendo sabido que habiamos salido con el objeto de almorzar, nos estaba esperando en la puerta de su casa.

Ya como veis, íbamos ricos, y no poco temerosos, cuando á cosa de una legua descubrimos una choza, y llegados á ella, nos recibieron con vino en una calabaza, con leche en una artesa, y con pan en unas alforjas. Almorzamos, y fuimos aquella noche á otro lugar, donde ya llevábamos orden para ganar de comer.