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De buena gana bailarías un poco, ¿no es verdad?... Pues mira, por no has de dejar de hacerlo. Vamos allá, que quiero bailar contigo. Y dicho y hecho: la condesa, á pesar de los ruegos y las protestas del mayordomo, le arrastró hacia el sitio del baile y se introdujo allá resueltamente.

Pues cuando le encontré allá en la ermita, me pareció usted uno de esos señoritos lugareños que, acostumbrados a triunfar en el pueblo, miran como de su dominio cuantas mujeres encuentran. Después, al verle rondando esta casa, se aumentó mi desprecio y mi rabia. «¿Pero ese señoritín qué se habrá figurado?» ¡Lo que hemos reído a costa de usted Beppa y yo!

»Adiós, mi buena madre; rece por y vea si puede obtener de mi padre que vaya un día a la iglesia con usted. Si él hiciera eso por su pequeña Germana, la conversión sería completa y yo quizá me salvaría. Debe haber una recompensa allá arriba para los que conducen un alma a Dios. ¿Pero quién podrá tener crédito en el cielo si no es usted, querida santa?

Pues , señor. ¡Vaya, vaya!...» Y así. Después empezó el boticario con Nieves: no a abrazarla, sino a hacerla mil preguntas y cumplidos y a ponerla en los cuernos de la luna por «guapa moza», acabando por sacarla parecidos con cada uno de los Bermúdez que él había alcanzado, contra la opinión del Bermúdez presente, que sostenía, con mejores títulos, que era «toda de los de allá», casi un retrato de su madre.

Lo había visto en aquella iglesia muchas veces oyendo su misa devotamente, y se indignaba contra las malas lenguas que, á guisa de oración fúnebre, hacían memoria de fusilamientos y Bancos liquidados allá en su país. ¡Un señor tan bueno y tan religioso! ¡Que Dios lo tenga en su gloria!... Y al salir á la plaza contemplaba con ojos tiernos los jinetes y amazonas que se dirigían al Bosque, los lujosos automóviles, la mañana radiante de sol, toda la fresca puerilidad de las primeras horas del día, reconociendo que es muy hermoso vivir.

Allá en la Montaña, en cuanto Fermín había aprendido a leer y escribir, le había obligado a enseñarle a ella su ciencia. Leía y escribía. En la taberna, entre tantas blasfemias, entre los aullidos de borrachos y jugadores, ella devoraba libros, que pedía al cura.

Empezó á preocuparse de su castillo de Villeblanche. Todo lo que poseía en París le pareció repentinamente de escasa importancia comparado con lo que guardaba en la «mansión histórica». Sus mejores cuadros estaban allá, adornando los salones sombríos; allá también los muebles arrancados á los anticuarios tras una batalla de pujas, y las vitrinas repletas, los tapices, las vajillas de plata.

Aquí han visto muchos un gigante De gran disposicion y muy crecida. No está, segun yo supe, el aquí estante: Que allá la tierra adentro es su guarida; Mas viene aquí á pescar muy á menudo, De sus redes cargado, mas desnudo. Arriba de aquí están los remolinos, Que es cosa de admirar y gran espanto.

Trajo además de allá, entre otra infinidad de manías, la de las antigüedades, la cual fue muy del agrado de su padre, y contribuyó no poco en adelante al esplendor y respetabilidad siempre creciente de la familia.

Parece muy satisfecha con escuchar solamente, girando sin cesar sus ojos serenos de uno a otro interlocutor y sonriendo a menudo cuando se dirigen a ella. Al llegar a cierto punto, se oye la voz del traspunte. Señorita Clotilde, cuando V. guste... Vamos allá dice levantándose.