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Sus lacras, sus deformidades y sus vicios. ¿Puede, en buena justicia, y aunque pudiera, aspirar al pleno y singular dominio y usufructo de esta mi «lozana y exuberante juventud», como dijo de ella nuestro poeta Aljófar en su anteúltimo sahumerio? ¡Oh!, sobre estas materias, ni él ni yo podemos llamarnos nunca a engaño, por muy recio que truene.

Dame bonete compuesto De mil tocas y bengalas Y plumas, porque no hay galas Que luzgan sin plumas: presto. Dame una manga bordada De aljófar y oro, a dos haces. Los amores son rapaces: Con rapacejos me agrada. Dame borceguí de lazo Y acicate de oro puro, Y porque vaya seguro, Ensillarásme el picazo.

Además de esta inmensa cantidad de moneda, que con la menor parte de ella se pudiera comprar veinte veces toda la tierra si un honrado cadí la pusiese en almoneda, hay en esos tesoros tanta suma de perlas, de aljófar, de diamantes, jacintos y toda clase de pedrería, que sólo Dios, alto y poderoso, pudiera enumerarla.

En el Congreso de Diputados, poco menos; y tomando motivo de estos actos, nuevos ditirambos de la prensa periódica al «llorado prócer». Por último, su retrato en la primera plana de La Ilustración, con la correspondiente biografía un poco más adentro... y una elegía elegantemente triste del poeta Aljófar.

Sus orejas diminutas balanceaban las arracadas de diamantes de una abuela. Las criadas la seguían como a una paloma que se escurre. Una buscaba ajustarle las viras del zapato; otra, enderezarle el cinturón de tela de oro recamado de aljófar.

Las armas de la familia estaban bordadas, a uno y otro lado, con sedas multicolores, sobre el terciopelo turquí, y, en toda la tela, el aljófar perlaba como cuajado rocío los arabescos de plata y de oro. Ante aquel precioso jaez, el mayorazgo olvidó un momento a las personas que le rodeaban y pareciole verlo recubriendo su caballo valenzuela.

Las perlas eran en gran cantidad y muy buenas, porque la mayor gala y bizarría de las moras es adornarse de ricas perlas y aljófar, y así, hay más perlas y aljófar entre moros que entre todas las demás naciones; y el padre de Zoraida tenía fama de tener muchas y de las mejores que en Argel había, y de tener asimismo más de docientos mil escudos españoles, de todo lo cual era señora esta que ahora lo es mía.

Aljófar, que todavía cantaba porque aún tenía estómago insaciable que se lo exigía, entonó en letras de molde una silva de media vara, en que hubo más juegos de luz que en un «cuadro disolvente». Ni de las murmuraciones a escondidas ni de las alabanzas en público, tuvo noticias Luz; porque las primeras no se oían, y cuidó mucho su madre de ocultar las segundas con el sabio propósito de que desconociera su hija, mientras esto fuera posible, aquella mala costumbre de poner a las gentes en ridículo queriendo hacerlas un favor.

Miráronla de arriba abajo, y vieron que venía con unas medias de seda encarnada, con ligas de tafetán blanco y rapacejos de oro y aljófar; los greguescos eran verdes, de tela de oro, y una saltaembarca o ropilla de lo mesmo, suelta, debajo de la cual traía un jubón de tela finísima de oro y blanco, y los zapatos eran blancos y de hombre.

Habíase sentado en el alma del maestresala la belleza de la doncella, y llegó otra vez su lanterna para verla de nuevo; y parecióle que no eran lágrimas las que lloraba, sino aljófar o rocío de los prados, y aun las subía de punto y las llegaba a perlas orientales, y estaba deseando que su desgracia no fuese tanta como daban a entender los indicios de su llanto y de sus suspiros.