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Los comentarios de la gente le habían enterado de la singular existencia de Alicia.

Pero ella estaba frente á él, grave, convencida de su voluntad para el trabajo, y esperando el luminoso consejo, como si de él dependiese su destino. Afortunadamente, la misma Alicia, no pudiendo sufrir este silencio, empezó á exponerle sus propias ideas. El revoltijo presente justificaba las más desatinadas resoluciones.

El automóvil permanecía ante su puerta. Esta era otra de las originalidades de Alicia. A todas horas del día y de la noche, uno de sus diversos vehículos de lujo se hallaba estacionado frente á la escalinata.

No pudo continuar el príncipe este rápido examen, molestado por la sonrisa y los ojos de Alicia. Parecía, por su aire tranquilo, que hubiese estado allí mismo la tarde anterior.

Jugando el tennis, Bertrán, en un match con el campeón invencible Roberto Milk, se dejaba batir vergonzosamente por la Inglaterra, ante los ojos atentos de su amigo d'Ornay, experto jugador, quien, furioso, le dirigía vivas recriminaciones. María Teresa, Diana, Mabel d'Ornay, Alicia y Juana de Blandieres, conversaban en la terraza, reclinadas en rocking-chairs.

¿Por qué no había de venir aquí tu parienta? dijo con aspereza . te aburres entre hombres; no lo crees, pero es así. A todos nos ocurre lo mismo. Resulta necesario hablar de vez en cuando con una mujer, aunque sea únicamente por amistad. Lo que pretendiste al llegar de París es imposible. ¿Crees acaso que voy á enamorarme de Alicia?

Ahora lo recuerdo con desprecio. Por eso vivo en Monte-Carlo: tengo la corazonada de que la suerte volverá á buscarme aquí y no en otra parte. ¿ no juegas? Se irritó Miguel ante esta pregunta. ¿No le había dicho que estaba arruinado? ¿Iba á imitarla á ella, que empeoraba su situación perdiendo los restos de su fortuna? ¡Arruinado! exclamó Alicia . Tu mala época no puede ser larga.

¡Jordán! ¡Jordán! clamó, rígida de espanto, sin dejar de mirar la alfombra. Jordán corrió al dormitorio, y al verlo aparecer Alicia dió un alarido de horror. ¡Soy yo, Alicia, soy yo! Alicia lo miró con extravío, miró la alfombra, volvió a mirarlo, y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su marido, acariciándola temblando.

Esta desviación en su camino la consideraba oportuna para cumplir las recomendaciones de prudencia que le había hecho ella. Entraría en la calle de Alicia por su parte alta, desprovista de casas. Así evitaba el cruzarse con los vecinos que á estas horas descendían al centro de Monte-Carlo.

Tenía mal gesto; pero olvidaba su propio infortunio para consolarse con el relato de las desgracias de Alicia: Después de perderlo todo en el «treinta y cuarenta», apareció á última hora con más dinero: un fajo de billetes de mil francos... Y ella, que no siente predilección por la ruleta, se lanzó á la ruleta. ¡Qué modo de jugar!