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Y andando, andando, y partiendo los unos de un principio falso y los otros de una verdad santa, llegan todos de la exageración al engaño, y pasan luego a la demencia; pareciéndoles a aquellos que pueden servir de guía a la juventud las crudezas de Zola, y creyendo estos que no conviene enseñar a los niños el Credo y los Artículos de la Fe sin introducir algunas prudentes modificaciones, de que yo pudiera citarle algún ridículo ejemplo.

La faja de su hermano y la Capitanía general de Madrid, que desempeñó este algún tiempo, habíanle abierto las puertas del beau monde, y allí se había encastillado ella y tomado carta de naturaleza. Villamelón, dando sus pataditas, repetía por centésima vez muy angustiado: ¿Sabes, Curra?... Malo estoy. Fernandito, ¡por Dios!... No me lo digas... Indigestión... El vol-au-vent de codornices.

Levántate a la altura de tu dignidad, abraza con resignación la vida del claustro, y dentro de algún tiempo te verás libre de ese gran peso. No, no puedo. La vida del claustro me aterra. ¿Sabes por qué? Porque tengo la seguridad de que en el convento he de amarle más, mucho más.

Siempre traía el papá de Nené algún libro nuevo, y se lo dejaba ver cuando tenía figuras; y a ella le gustaban mucho unos libros que él traía, donde estaban pintadas las estrellas, que tiene cada una su nombre y su color: y allí decía el nombre de la estrella colorada, y el de la amarilla, y el de la azul, y que la luz tiene siete colores, y que las estrellas pasean por el cielo, lo mismo que las niñas por un jardín.

Por fortuna, no dió a su obra todas las proporciones que al principio había pensado; pero no faltará algún naturalista fervoroso que copie al pie de la letra la Biblia, o la Suma de Santo Tomás, o el Código penal, si a algún personaje de la novela se le ocurre leer cualquiera de estas cosas.

Es tan costoso para el hombre el renunciar a toda esperanza, que ellos no se resignaban a creer que todo hubiese acabado y de un modo instintivo buscaban en el rostro del señor de Avrigny algún rayo de esa ilusoria esperanza.

Pero no tuvo aliento para continuar suplicando y caminaron algún tiempo, y llegaron hasta la puerta de la casa de Antonio, sin que ninguno de los dos despegase los labios.

La obra consta de dos tomos, con curiosas observaciones al final del primero; notas muy interesantes, y distintos apéndices al final del segundo, sobre los actores y actrices de la época. «Si hubiere quien tenga á lengua Como á mano algún aplauso, Un vítor ú otra moneda, En ésta ú otra ocasión Se lo pagará el poetaCervantes, Persiles y Sigismundo, lib.

Tan casero era don Manuel, que apenas pasaba año sin que los discípulos tuviesen ocasión de celebrar, cuál con una gallina, cuál con un par de pichones, cuál con un pavo, la presencia de un nuevo ornamento vivo de la casa. Y ¿qué ha sido, don Manuel? ¿Algún Aristogitón que haya de librar a la patria del tirano? ¡Calle usted, paisano, calle usted; un malakoff más!

Carmen, embebida en algún pensamiento celestial, sin duda, mostraba una expresión nueva y radiante, y Julio, que la perseguía con ojos interrogadores, no quiso comer sin la sal de las lágrimas con que la niña de Luzmela solía sazonar las familiares viandas. Estaba Salvador muy asombrado de los renglones de Carmen. Se recibió su visita en la casona con mucho agasajo.