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La Huerta refiere un hecho notable para probar la impresión arrebatadora que hizo esta comedia en el teatro. Los alcaldes de corte que presidían el espectáculo, tenían un asiento especial é iban acompañados de algunos alguaciles.

El Gran Inquisidor de Mallorca hablaba de una visita con familiares y alguaciles a las habitaciones del comendador; pero éste, que era primo suyo, le anunció por carta su propósito de abrirle la cabeza con un mandoble de abordaje apenas avanzase un pie sobre el primer peldaño de su escalera.

Enviáronle pajes, familiares y servidores, y como el padre Aliaga no quería ser espiado, y temía que para sólo eso se le hubiese nombrado inquisidor general, despidió aquella servidumbre. Enviaron algunos alguaciles, para que sin pasar de la portería del convento estuvieran á la disposición de su señoría el señor inquisidor general, y se deshizo también de los alguaciles.

Acaso fue venturoso de la fortuna para Cervantes el que, necesitado de salvarse de los alguaciles que le perseguían, saltase la tapia del jardín de la casa de doña Guiomar.

Fuéron con mucho aparato á su casa el escribano de la causa, los alguaciles y los procuradores, á llevarle sus quatrocientas onzas, sin guardar por las costas mas que trecientas noventa y ocho; verdad es que los escribientes pidiéron una gratificacion.

Hiciéronse las diligencias, vio el vicario la cédula, tomó el tal vicario la confesión a la señora, confesó de plano, mandóla depositar en casa de un alguacil de corte muy honrado...» A esta sazón, dijo Sancho: -También en Candaya hay alguaciles de corte, poetas y seguidillas, por lo que puedo jurar que imagino que todo el mundo es uno.

Frente á frente el Alcalde y la tropa, mediaron algunas palabras sobre el paso por la calle, y las que, por el tono y alcance con que se dijeron, dieron motivo á que, sin más ni más, los alguaciles y los soldados se acometieran, aquéllos con espadas y pistolas y éstos con las alabardas, trabándose allí mismo singular combate.

En el corral sólo se veían hombres vestidos de seda y bordados, jinetes amarillos con grandes castoreños, alguaciles a caballo, y los mozos de servicio con sus trajes de oro y azul.

Pero no perdamos tiempo. Adelante con él, á la cárcel, hijos; uno de vosotros avisad á la parroquia y que vengan por el muerto. El licenciado Sarmiento echó á andar hacia la cárcel de corte, y los alguaciles empujaron á Montiño, que se resistía instintivamente á ir preso.

Entonces la amargura de Montiño no conoció límites. Job en padecimientos y Jeremías en lamentaciones, se quedaban muy por bajo de él. Tenía sino de ser robado y hasta la justicia le robaba. Los alguaciles le habían despojado completamente.