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Sobre las cabezas del gentío emergían a caballo los picadores y los alguaciles con sus trajes del siglo XVII. A un lado del corral alzábanse edificios de ladrillo de un solo piso, con parras sobre las puertas y tiestos de flores en las ventanas: un pequeño pueblo de oficinas, talleres, caballerizas y casas en las que vivían los mozos de cuadra, los carpinteros y demás servidores del circo.

¡Ah! ¿vuecencia es grande de España? ¡El duque de Uceda! ¡Ah! ¡ah! ¡una linterna! ¡una linterna pronto! exclamó la misma voz, que no era otra que la del licenciado Sarmiento. Hizo luz uno de los alguaciles, es decir, abrió su linterna que entregó al alcalde, y éste vió con la luz de la linterna el rostro al duque de Uceda.

Serian ya las nueve de la noche cuando la justicia Real tenia prevenido el verdugo, alguaciles, ministros, pregoneros y cabalgaduras en que subieron á los relajados y los llevaron fuera de la ciudad á un sitio diputado para quemadero que llaman el Marrubial, campo raso en que está un rollo de piedra mármol, junto del cual habia puestos cinco maderos y en el uno puesta una argolla, y prevenida mucha cantidad de leña.

Así decia la vieja con toda aquella autoridad que su prudencia y sus canas le daban, y miéntras estaba aferrando áncoras un navichuelo que traía un alcalde y dos alguaciles; y era esta la causa de su arribo. No se habia equivocado la vieja en sospechar que el ladron del dinero y las joyas de Cunegunda en Badajoz, quando venia huyendo con Candido, era un frayle Francisco de manga ancha.

¡Soberbia idea! ¿Conque vamos a buscar a esa jovenzuela, mi futura esposa? ¡Qué preciosa ocurrencia! Verá ella si yo soy hombre que se deja burlar por niñerías de novicia. Nada, nada: mi esposa tiene que ser, quiera o no quiera. Pero oiga usted, ¿y si nos descubren los alguaciles y nos llevan presos?

No sabía Quevedo, no podía pensarlo, después de lo que había oído en la casa de la comedianta, entre ésta y el duque de Lerma, que la tormenta se preparaba para él; que él era la carne muerta; esto es, el hombre preso á cuyo olor iban aquellas aves de rapiña. Apenas se perdió Quevedo por las escalerillas, cuando uno de los alguaciles se echó fuera del alcázar más ligero que un rehilete.

El día 23 de Junio de 1644, el alcalde don Leonardo Henriquez, de quien ya me he ocupado, sabiendo que don Bernardino se encontraba en el inmediato pueblo de Castilleja, se dirigió á este punto con algunos alguaciles para cumplir la orden de prisión, encontrando al reo muy sosegado en su casa comiendo con su mujer y bien ajeno del peligro que le amenazaba.

Oíd: iréis á buscar al alcalde de casa y corte más duro, más valiente, más á propósito para no dejarse engañar por Quevedo. Ruy Pérez Sarmiento, es que ni pintado. Bien: diréis á ese señor... le mandaréis que sin perder un momento, suelte por Madrid cuantas rondas de alguaciles pueda en busca de don Francisco. Todos le conocen.

¡Agapito... Agapito... por Dios, no me las lleve!... ¡Agapito!... ¡señor escribano!... por Dios no me las lleve... por su madre... no me las lleve... ¡por Dios no me las lleve! Y deshecho en llanto, corría de uno a otro lado con las manos plegadas pidiéndoles misericordia. Los alguaciles ataban en silencio, con la cabeza baja, sin atreverse a mirarle.

El alcalde, con todos los del ayuntamiento, aguardaba a la puerta de la casa de la ciudad. Habían llegado corriendo, seguidos de alguaciles y gente de la ronda, para hacer frente al motín. ¿Qué voleu? preguntaba el alcalde a la muchedumbre. ¡Qué había de querer!