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El efecto de esta comedia debió ser extraordinario al representarse, porque no sólo interesa y conmueve el corazón, sino que estimula también á las acciones magnánimas. Aunque parezca una aserción algo temeraria, diremos, no obstante, que Alarcón es, entre todos los dramáticos españoles, el que más sobresale por la pureza y energía de los afectos.

Pero aquí el discurso del coronel, en el que se notaba la influencia de los licores, se enturbió hasta hacerse ininteligible e incoherente. Posible fuera que Lady Clara hubiese oído en casos semejantes algo parecido y por lo tanto estuviese dispuesta a suplir las omisiones e incongruencias del maduro galán.

La guerra se va a acabar en seguida. Que no te pase algo al final. Me he comprometido. Tengo que ir. ¡Oh, Martín! sollozó Catalina . eres todo para ; yo no tengo padre, ni madre, ni tengo hermano, porque el cariño que pudiese tenerle a él lo he puesto en ti y en tu hijo. No vayas a dejarme viuda, Martín. No tengas cuidado. Estáte tranquila. Mi vida está asegurada, pero tengo que ir.

La viuda, siempre sonriente, se asombraba de sus frases de doble sentido, de los guiños picarescos con que acompañaba sus palabras, y hasta le parecía ¡oh poder de la ilusión! que había en su persona un perfume extraño que comenzaba a crispar los nervios de doña Manuela, algo del ambiente de aquella mala piel de la calle del Puerto, que el protector se había traído sin duda a su hogar honrado.

En fin, don Isidro dijo la gitana , hay que tomar una resolución. Pecho al agua; algo durilla es la cosa, pero yo creo que la probe señorita estaría mejó en el hospital. ¡El hospital! Maltrana quedó aturdido, como si esta palabra equivaliese a un golpe... Pasado un rato, pudo reflexionar. ¡El hospital! ¿Y por qué no?

Y se murió de pronto, mientras ellos estaban muy lejos; y al regresar a Madrid a toda prisa, aturdidos por la feliz noticia, les salió al encuentro algo que no habían conocido hasta entonces: el valor del dinero, lo difícil que es echarle la mano encima cuando se empeña en huir, la necesidad material y prosaica sobre la que descansan todas las ilusiones y deseos de la vida.

Algo más iba a decir; pero entró Plácido, sombrero en mano, y con ciertos aires de ayudante de campo anunció a su generala que había llegado doña Bárbara.

Milagros habíale pagado más de la mitad de su deuda, y el resto se lo daría seguramente el domingo próximo, con más algo que deseaba dejar en su poder como reserva. Segura de salir bien del compromiso más urgente, aquella señora tan frescota y lozana se creía en el caso de hacer gala de su entereza, de una virtud menos sensible al autor que al interés.

¡Aquí no hay República, Tòni...! Y sin embargo, esto es algo. Pero Tòni no se daba por vencido. Contraía el peludo rostro, haciendo un esfuerzo mental para dar forma á sus vagas ideas, vistiéndolas de palabras. En el fondo de estas grandezas presentía una afirmación de sus mismos pensamientos. Al fin se entregaba, desarmado, pero no convencido.

Se me figura a veces que hay en todo esto algo de delectación sensual, algo que me hace olvidar, por un momento al menos, más altas aspiraciones.