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Es al llegar á la entrada misma del golfo de Algeciras que se tiene la idea exacta de aquella península de granito, avanzada en punta hacia el sur y bruscamente empinada como un castillo ciclópeo, cual si quisiese al mismo tiempo penetrar en el flanco de la tierra africana y hundir su parda cabeza en el éter para lanzarle á Europa las primeras reverberaciones de un cielo abrasador.

Yo iba en el Real Carlos, de 112 cañones, que mandaba Ezguerra, y además llevábamos el San Hermenegildo, de 112 también; el San Fernando, el Argonauta, el San Agustín y la fragata Sabina. Unidos con la escuadra francesa, que tenía cuatro navíos, tres fragatas y un bergantín, salimos de Algeciras para Cádiz a las doce del día, y como el tiempo era flojo, nos anocheció más acá de punta Carnero.

Poco después, al volver la punta de Algecíras, la mas avanzada de España en el Mediterráneo, perdimos de vista el golfo y el peñón de Gibraltar.

Corriéronlas los muslimes, tomando algunos ganados i gentes, sin que nadie les saliese al encuentro. Con esta presa i buen suceso tornó Taric con sus caballeros á Tánjer, en donde fué bien recibido. Levantó entonces Muza un poderoso ejército i lo puso á las órdenes del mismo caudillo. Pasaron estas tropas el estrecho i saltaron en la tierra donde hoi está Algeciras.

Acudió el propio Frasquito con el socorro del agua, y D. Romualdo, en cuanto la señora bebió y se repuso de su emoción, dijo al desmedrado caballero: «Si no me equivoco, tengo el honor de hablar con D. Francisco Ponte Delgado... natural de Algeciras... Por muchos años. ¿Es usted primo en tercer grado de Rafael Antrines, de cuyo fallecimiento tendrá noticia?

Igualmente interesadas Benina y Juliana en la buena o mala suerte del hijo de Algeciras, oyeron atentas lo que Antonio les refirió de las consecuencias funestísimas de la caída del jinete en el camino del Pardo. Cuando le vieron en tierra, despedido por el jaco, pensaron todos que en aquel crítico instante había terminado la existencia mortal del pobre caballero.

Al sudoeste se destacan los promontorios rocallosos de los cerros á cuyas faldas demora la ciudad de Algecíras, á alguna distancia de su puerto y arsenal; y las fortalezas británicas y españolas se miran allí de un lado á otro por encima de las ondas, coléricas á veces, cual si representasen la lucha permanente ó el desafío mudo entre el despecho de una vieja conquistadora de mundos, vencida por sus propias faltas, y el orgullo tranquilo de un gran pueblo que ha encontrado su fuerza en la libertad y simboliza todo su genio progresista con el cosmopolitismo de su comercio, soberano de los mares.

Ya se sabría el paradero de Nina, o los motivos de su ausencia, cuando Dios se dignara darlos a conocer por los medios y caminos a que nunca alcanza nuestra previsión. Las doce serían ya, cuando sonó un fuerte campanillazo. La dama rondeña y el galán de Algeciras saltaron, cual muñecos de goma, en sus respectivos asientos. «No, no es ella dijo Doña Paca con gran desaliento . Nina no llama así».

Y cuando desapareció por las escaleras abajo el gran Cedrón, y se vieron solos de puerta adentro la dama rondeña y el galán de Algeciras, dijo ella: «Frasquito de mi alma, ¿es verdad todo esto? Eso mismo iba yo a preguntar a usted... ¿Estaremos soñando? ¿Usted qué cree? ¿Yo?... no ... no puedo pensar... Me falta la inteligencia, me falta la memoria, me falta el juicio, me falta Nina.

Eran humildes mochileros que, al llegar a San Roque o Algeciras, echábanse a cuestas tres arrobas de tabaco y emprendían el regreso a la tierra huyendo de los caminos, buscando las sendas más peligrosas, marchando de noche y ocultándose de día, a gatas por los riscos, imitando los hábitos de las bestias feroces, lamentando ser hombres y no poder seguir el borde de los abismos con la misma seguridad que las bestias.