United States or North Korea ? Vote for the TOP Country of the Week !


Y separándose con rapidez de Algalia, que maquinalmente había recogido el pliego, estrechó la mano a la duquesa, que intentó en vano detenerle, saludó al cura, hizo a los restantes una inclinación de cabeza, mirando profundamente a Josefina, extrañada de tan repentina despedida; salió del comedor, cruzó las salas, y un momento después el portero, descubriéndose respetuosamente, le abría la lujosa verja del parque.

-No le mana, canalla infame -respondió don Quijote, encendido en cólera-; no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.

Recibido por éstos como exigía la hidalguía en tan grandes personas, y en él lo respetable de su ministerio, le acompañaron hasta la habitación que le estaba destinada, le enseñaron la capilla, encargaron al mayordomo y al administrador que le respetasen y sirviesen, y sin más conversación quedó instalado Lázaro en casa de los duques de Algalia.

Nada había en ellos que autorizase al mundo para suponerles unidos por un lazo más estrecho que el de la superficial amistad engendrada con el trato del medio social en que vivían. Existían en cambio poderosos indicios para suponer que, si algún exceso de galantería mostraba Félix Aldea hacia Margarita de Algalia, no eran enteramente desinteresadas sus intenciones.

Calló la criada, y siguió el hombre su paseo. Ya no cabía duda. Josefina era, no sólo inocente, sino víctima de una infamia. La culpable era Margarita de Algalia, y el que pasaba por novio de la hija era su amante. ¡Maldad inicua! La madre quería comprar el secreto de su delito a costa del reposo de la pobre niña.

Aquella chica era la doncella de Margarita de Algalia, y como Josefina tenía su servidumbre aparte, lo lógico era que aquella ropa fuese también de la duquesa. Dudó un momento, y atreviéndose por fin, quiso ver resuelta su sospecha. ¿De quién son esos trajes? preguntó a la doncella.

»Mas no fuera bueno que te marchases sin tener seguro puerto de llegada. He arreglado todo de manera que entrarás en la corte por tal puerta, que muchos desearían tu posición como término a sus ambiciones. Vas de capellán a casa de los duques de Algalia, señores tan poderosos como buenos.

Beatriz dejose apenas lavar. El frío del agua la hacía golpear en el suelo con el chapín. La criada la pasaba, entonces, sobre la garganta y los hombros, a modo de un céfiro, el paño humedecido. En cambio, ella aceptaba con delicia los perfumes. ¿Para qué más? ¿Acaso el ámbar, el agua de ángel, la algalia, no dejaban el cuerpo oloroso cual mazo de flores?

De esta suerte, sin que ninguno de entrambos lo buscara, llegaron a conocerse y tratarse Félix Aldea y Josefina de Algalia.

Soñaba con sentarse por derecho propio en los escaños rojos de la Alta Cámara, ir en coche hasta la plaza de los Ministerios, apearse lejos del zaguán para cruzar entre filas de curiosos, que murmurasen, «ese es el duque de Algaliaentrar luego en el salón de conferencias, andar solo por los rincones como quien medita un plan, estrechar la mano a los ministros, acoger las peticiones de los pretendientes, diciendo «veremos,» o «haré lo que pueda;» y salir después de una votación exclamando: «¡Los deberes políticos!» «Mi conciencia!» «¡El partido!» «¡Las instituciones!...»