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Alfonso». Aquella fecha solemne era la del día en que Butrón se avistó por primera vez, después de la Revolución, con los augustos desterrados y juró a los pies del regio niño restaurarlo en el trono de España o morir en la demanda.

La acción es en el reinado de Alfonso XI. García es el único hijo de un grande poderoso, que ha desempeñado en la corte cargos importantes; pero que, por haber intervenido en los desórdenes consiguientes á la minoría del Monarca, ha sido acusado del crimen de lesa majestad, y se ha visto obligado á buscar su salvación en la huída.

El arzobispo de Toledo podía colocarse en la mitra una corona o dos, y no digo tres porque pienso en el Sumo Pontífice.... Primero, la escritura de dotación a la catedral hecha por el rey Alfonso VI a raíz de haber conquistado Toledo.

Mi hijo Alfonso está conmigo; el miércoles 10 del mes corriente llegó aquí, acompañado de su esposa, su madre política y su encantadora pequeñuela, rebosando todos salud y alegría. ¡Gracias mil sean dadas a Dios! Alfonso está, sin embargo, muy flaco, y esto me mortifica, pero es preciso que me acostumbre a ello.

27 de enero de 1821. He recibido carta de Alfonso: me escribe desde Roma y me dice que es completamente dichoso. El ser éste un lenguaje al que no me tenía acostumbrada por su parte, me hace creer que ello es verdad. Me manda al propio tiempo una cantidad para su pobre amigo el abate Dumont, cura de Bussieres, a quien ha querido él siempre mucho, y que está continuamente enfermo y pobre.

Nada de nuevo, si no es que me ha escrito diciéndome que Alfonso ha sido bien recibido con mucha distinción entre personas de la mayor concurrencia, donde su personalidad y sus talentos produce, según la expresión de Mme. Vaux, mi hermana, un tipo de entusiasmo.

Mi hijo Alfonso se encuentra en este momento viajando en la Saboya, acompañado de la familia Maistre, cuyo sobrino, M. Luis de Vignet, persona distinguidísima, es muy amigo de él. Este joven, de grande ingenio y mucho talento, como el que yo supongo en mi hijo, tiene como él también un carácter algo melancólico.

Y en aquel punto mismo, Alfonso dejaba de ser, en el palacete gris, con caperuza de pizarra, mientras en el aire flotaba el último verso del ingenuo romance infantil: «Cuatro duques la llevaban por las calles de Madrid

Diariamente hago leer a mi hijo Alfonso una parte de un libro religioso escrito por un sacerdote alemán: en este libro se aprende a comprender la religión y su emanación de la Naturaleza. La inteligencia de Alfonso me satisface, pero temo haya de darle algún disgusto su carácter demasiado altivo e imperioso, si no se corrige. Con mucha frecuencia se incomoda con sus hermanos, y esto me disgusta.

M. Virieu, quien ha ingresado en la carrera diplomática y se interesa por Alfonso tanto como él mismo, le decía en sus cartas que el conde de Lagarde, nuestro embajador en España, estaba decidido a llevarle consigo a Madrid. ¡Quiera Dios que este proyecto se realice! Todo ha fracasado.