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El poder cayó de nuevo en las garras de Serrano, y el desquiciamiento general, la indisciplina del ejército, que peleaba sin fe ni esperanza en aquellas dos grandes esclusas de Cartagena y el Norte, que se tragaban torrentes de sangre y arroyos de dinero, indicaban a los pacientes alfonsinos, cruzados de brazos, que se acercaba la hora de extender la mano para coger la breva, madura ya por completo.

Pues yo he oído que los alfonsinos se mueven mucho: Y la que esto decía miraba de reojo a un caballero que, sentado en una butaca de hierro, seguía con la vista al grupo de las damas. Dos pollitas apartadas de sus mamás sostenían, haciendo dengues y mohínes, un diálogo muy vivo. ¿No entráis? No: el padre Enrique dice la misa muy despacio. Además, quiero dar tiempo a que llegue ese.

Era su idea madre poner sus preciosas armas al servicio de alfonsinos o carlistas, según tuvieran estos o aquellos más o menos probabilidades de triunfo, y para destruir por de pronto el mal efecto que en los primeros había causado su repentina presencia en París, apresuróse a propalar por medio del tío Frasquito la novelesca historia de la cadina, que tan gloriosamente justificaba su fuga de Constantinopla.

Mientras tanto, los trabajos alfonsinos tocaban a su término, y Jacobo, creyendo haber pagado a buen precio con la entrega de sus papeles el logro de sus ambiciones, importunaba de continuo a Butrón y hacíase presente a todas horas en el centro de hombres políticos que dirigían los trabajos del partido, en demanda de una cartera que jamás se le había prometido en serio, pero que se le había hecho vislumbrar a lo lejos como precio de su hurto, en los tiempos en que era la consigna barrer para adentro.

Biarritz era demasiado pequeño para permanecer oculto y evitar embarazosos encuentros con los emigrados alfonsinos y carlistas que, desde mucho tiempo antes, poblaban todos los contornos, y los hombres políticos y medrosos de todo jaez con que la caída de don Amadeo y la proclamación de la República engrosaban en aquellos mismos días el número de españoles dispersos.

Otro general de valor, de prudencia y de prestigio, encargóse entonces de inclinar hacia los alfonsinos la rama de que pendía la fruta apetecida y disputada. Fue este el general Concha, que aceptando el mando del ejército del Norte, partió para Bilbao, dispuesto a restablecer la disciplina, aniquilar a los carlistas y proclamar rey de España al joven príncipe Alfonso.

La cortesanía del gobernador de Madrid, señor Moreno Benítez, proporcionóles horas después mejor alojamiento en el Gobierno civil; mas fuese pérfida intriga de los amigos o cruel ensañamiento de los contrarios, es lo cierto que los tres compadres, Jacobo, Butrón y Pulido, quedaron presos en el Saladero, pasando entre temores y sobresaltos todo el día 29 y también el 30, hasta que en la madrugada de este, muy cerca ya del alba, abriéronse ante ellos las puertas de su prisión, para cerrarse ante sus ojos la puerta de sus esperanzas... A las nueve y cuarto de aquella misma noche, hundido para siempre el Gobierno de la Revolución, había quedado investido de todos los poderes el capitán general de Madrid, don Fernando Primo de Rivera, y puestos al punto en libertad los prohombres alfonsinos detenidos en el Gobierno civil, apresurándose a nombrar un ministerio-regencia, del cual formaban parte el Gallego y el Laguna, quedando excluidos, por supuesto, el joven Telémaco y el respetable Mentor .

Los generales alfonsinos, después de hecho su agosto y ascendido en su carrera todo lo posible, encontraban que era una estupidez continuar la guerra durante más tiempo; habían matado la república, que ciertamente por estólida merecía la muerte; el nuevo gobierno les miraba como vencedores, pacificadores y héroes. ¡Qué más podían desear! En el campo carlista comenzaba la Deshecha.