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Como quiera que ello sea, ya las noticias de nuestros triunfos en Italia, ya las vagas y confusas narraciones de los descubrimientos que hacia el Occidente hacían los castellanos de grandes y fértiles islas y de un dilatado continente, habitado todo por tribus salvajes y decaídas que no habían llegado o que habían retrocedido hasta el extremo de no tener animales domésticos, de no ser pastores, de vivir en un estado de humanidad más rudimentario que el de los pueblos errantes de Asia y de África, ya las expediciones, victorias y conquistas de Portugal en la India, que renovaban o eclipsaban las glorias fabulosas del Dios Ditirambo y las hazañas y empresas reales del Macedón Alejandro y que obscurecían las leyendas de los siglos medios, todo entusiasmaba y solevantaba a Fray Miguel de Zuheros; pero lo que más le seducía, lo que ejercía fascinador influjo en su ánimo y le atraía poderosamente, era el éxito de los portugueses en la India.

Allá se ve un humo, allá vienen gritó uno por allí cerca. La ola humana se agitó y se hizo un remolino; la gente se agrupó en la baranda; todos querían ver. Yo, prendido de Alejandro, trepado sobre sus hombros, dominaba la altura.

La causa verdadera y fundamental de todo respondió éste , ha sido el artículo que le habrá chocado a usted, por lo desfachatadamente impío, que va a la cabeza del periódico que tiene usted en la mano. No he leído de todo él respondió don Alejandro , más que la noticia ésta, que nos ha dado qué hablar y qué pensar a Nieves y a para toda la mañana.

¡Canástoles saltó aquí don Alejandro , con los valentones estos!... Yo no me trago a los hombres crudos, ni mucho menos; pero tampoco se me arrugan las narices por echar una cataplera por esas aguas allá.

Pues en dos palabras termino contestó el boticario tomando nueva postura en la silla . Así las cosas, mi señor don Alejandro, y téngalo usted bien entendido, eso es, bien entendido, desde luego, por anticipado, le doy a usted la razón por ser una persona incapaz de faltar a la justicia... Yo me confieso culpable, y mi hijo, , señor, también se confiesa: los dos, nos confesamos culpables; los dos le habremos faltado a usted... no admite duda, cuando, teniéndole ¡caray! por el más cariñoso y noble, eso es, de los amigos, y el más caballero de los hombres, nos castiga... Pero ¿por qué? ¿En qué ha consistido la falta, eso es, o la ofensa?

¿Debe ser aquí dijo mi tío, no, Alejandro? , señor, aquí es repuso Alejandro. Mi tío, a quien ya se habían acercado el hombre y la mujer, seguidos de los niños, que nos miraban curiosamente, les hacía no qué encargo doméstico que Blanca le había encomendado para ellos, y la mujer parecía oírlo con cierta duda y extrañeza.

Aquí ya se reanimó don Claudio y volvió a su tono y maneras habituales: En resumen dijo a su amigo , que por efecto del paseo, o del sol, o de su apuro por creer que estaba usted con cuidado, o por un poco de cada cosa, Nieves llegó con dolor de cabeza y sigue con él. Justamente, respondió don Alejandro, muy sorprendido por lo súbito del cambio en el humor del comandante.

De todos modos, creo que algunos de los espectadores se encontraban afectados compadeciéndola sinceramente. Alejandro Tipton pensaba que aquello era muy duro «para Sal», y conmovido con tal reflexión, se hizo por el momento superior al hecho de tener escondidos en la manga un as y dos de triunfos. Hay que confesar que el caso no era para menos.

Dos unitarios de San Juan han caído en su poder: un joven Castro y Calvo, chileno, y un Alejandro Carril. Quiroga le pregunta a éste: «¿Cuánto da por su vida?» «Veinticinco mil pesos» contesta . «¿Y usted, cuánto dadice al otro . «Yo sólo puedo dar cuatro mil; soy comerciante y nada más poseoSe conoce, en efecto, que es comerciante.

Sería curioso que alguien estudiase historia en Alejandro Dumas, geología y cosmografía en Julio Verne, sociología en Zola, en Bourget psicología, y patología interna en otros varios novelistas.