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Fue interrumpido en sus reflexiones por un ruido de voces y risas, que se acercaba. La gente volvía, por grupos, del Casino; las despedidas y los adioses resonaban claros en la calma de la noche, mientras la alegre turba se dirigía hacia las villas diseminadas en la costa. Juan oyó, poco después, abrir la puerta de la verja del jardín.

Sus compañeras la creyeron desolada; pero ella mostrose, por el contrario, muy alegre, porque aquella circunstancia le proporcionó un motivo para escribir al Conde, diciéndole que necesitaba pedirle un favor y rogábale tuviese a bien pasarse por su casa.

Pero, ¡bobito! ¡Si te calé desde el primer momento! ¡Si adivinaba el querer que me tenías y estaba muy alegre! Pero mi obligasión era disimulá. Una mocita no debe meterse por los ojos pa que le digan «te quiero». Eso no es decente.

Lo único que se supo de cierto fué que el P. Camorra tuvo que dejar el pueblo para trasladarse á otro ó estar algun tiempo en el convento de Manila. ¡Pobre P. Camorra! exclamaba Ben Zayb echándoselas de generoso; ¡era tan alegre, tenía tan buen corazon!

Los dos dirigieron sus anteojos sobre Bettina. Está deslumbrador esta noche, el lingote de oro continuó Martillet. Mira, pues, la línea del cuello... los hombros... tan joven y ya tan mujer. , está preciosa, y alegre también, mira... ¡Quince millones, según parece, quince millones de ella sola, y la mina de plata que continúan explotando!

El joven militar era sin duda poco amante del silencio, y de carácter alegre y comunicativo, porque por el camino comenzó á hablar con singular volubilidad, pareciendo que el obstinado mutismo del viejo estimulaba más su prolija locuacidad.

Desde aquellos días se entenebrecieron más sus ideas sobre las gentes y las cosas del mundo, y le parecieron lo más abominable de él las mujeres casadas de más alegre y más lujosa vida. ¿No habrían perdido tres hijos..., dos, cuando menos; uno siquiera? Pues ¿dónde estaban las señales de su pesadumbre? No podían ser buenas madres las que olvidaban a sus hijos muertos.

A los 12 del mes mandó echar bando para la partida, mandando, so pena de la vida, que ningún soldado se empachase en tomar prisionero ni ropa mientras se pelease. Toda la gente iba muy alegre y contenta en oir el bando, teniendo por cierto que se pelearía.

Una de aquellas tardes que fué, encontró sola a Carmencita, y apenas se saludaron, le preguntó Salvador: ¿Todavía lees aquel libro que te hace desvariar? Ella dijo, con su voz de melodía triste: Todavía.... Pues yo voy a traerte otro libro santo muy alegre, con tapas azules y letras de oro, si me prometes que leerás en él un poco todos los días. Si dices que es santo....

Pero no hay quien se consagre a esta hermosa poesía popular, tan sencilla como bella, y además sería preciso que el pueblo la aceptase gustoso, para que se pudiera generalizar y perpetuar. Pero he ahí las once y media, dijo el cura al oir el alegre repique que anunciaba la misa de gallo. Si Vd. gusta, nos dirigiremos a la iglesia, que no tardará en llenarse de gente.