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No habiendo visto Aviñón en tiempo de los Papas, no se ha visto nada. Jamás existió ciudad alguna tan alegre, viva y animada como ella, en el ardor por los festejos.

Un poco cansado de tanto cavar, Peñálvez hizo una pausa y miró al cielo. Muy alto, bajo las nubes algodonosas, pasaba una larguísima bandada de pájaros blancos, volando con majestad de serafines. Luego, bajó la vista, y vio que, en la maleza, daban su alegre nota las flores de los ceibos, rojas de un rojo húmedo, como encías de mujer. A lo lejos oíase el monótono grito de un ave zancuda... ¡

El imponente don Sebastián, que hacía temblar con una mirada al cabildo y a todos los curas de la diócesis, mostrábase alegre, fraternal y confianzudo cuando de tarde en tarde veía a Tomasa. Era el único recuerdo vivo que quedaba de su infancia en la catedral.

En tanto que yo conversaba con la enferma, en el corredor más lejano se reunían los discípulos: veinte o treinta niñitos de las principales familias de Villaverde; un coro de querubines traviesos y mimados. Pronto resonaba en el patio el rumor alegre del estudio. La buena señora daba lección a cada niño, y luego se ponía al trabajo en una mesa larga y angosta.

Por momentos me parecía que avanzaba sobre la bandada de rostros voladores, y luego retrocedían haciendo con alegre algazara movimientos de miedo, para esconderse después tras una nube, y hacerme desde allí guiños con sus ojuelos, y encantadoras muecas con sus bocas.

El ruido vago de su telar, tan diferente del trote natural y alegre de la máquina de cerner o del ritmo más simple del trillo de mano, ejercía un encanto casi terrible sobre los chicos de Raveloe, que con frecuencia dejaban de ir a recoger avellanas o buscar nidos, para ir a mirar por la ventana de la choza.

De este libro, sin conocerlo, hablaba muy mal don Saturnino Bermúdez, cuando estaba un poco alegre, después de comer. Uno de sus secretos era, que «el Magistral merecía el nombre de sabio, pero no precisamente el de arqueólogo; nadie sirve para todo».

La gente quiere que el trueno gordo estalle en el momento mismo que empiece el día del santo, y espera que el santo lo oiga desde el cielo y se alegre de que sus patrocinados le saluden y feliciten. ¿Por qué no se animan ustedes y van a gozar de todo esto? Iremos juntos. Yo las acompañaré. Bien quisiera yo ir contestó Juana ; pero temo que nos pongan como chupa de dómine cuando nos vean reunidos.

-Deso recibo yo mucho gusto -respondió la mujer-; mostradme esas cosas de más consideración y más momento, amigo mío, que las quiero ver, para que se me alegre este corazón, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia.

Iba, sin embargo, alegre, con el gozo desbordante del que sale de un largo encierro y no ve ante los ojos bastante espacio para su contenida actividad.