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En esto se oyó la voz de Carmen llamándola; sus gritos bajaban atravesando el vestíbulo y llenando toda la casa con la contagiosa alegría mundana que había traído José Luis. Subamos, lo conocerás, es un muchacho muy bien. , eso, un muchacho muy bien. Entretiene, divierte, es oportuno y muy agradable.

Mañana gozaré la primera alegría de mi vida, rasgando esta mortaja en pedazos pequeños, muy pequeños, para que nadie la pueda utilizar. Seré hombre; me iré lejos, tan lejos como pueda; quiero saber cómo es el mundo, ya que en él vivo.

Correteaba con ellos por las avenidas entre los gritos de las aves exóticas, formaba grandes ramos de flores, y él tenía que ocultarse en los pisos altos huyendo de esta alegría infantil, á la que encontraba algo de desesperado y fúnebre. Las noches le parecían interminables.

Por mi parte, señor, he adquirido esta noche con gran alegría, el derecho de unir mis instancias á las de aquellas señoras; los votos que desde hace largo tiempo hacía, acaban de ser aceptados, y le estaré personalmente reconocido si no mezcla á los recuerdos dichosos de esta noche, el de una separación que sería á la vez perjudicial y dolorosa á la familia en que tengo el honor de entrar.

Un domingo de los últimos de Setiembre, la Fenelón llevó a la otra una noticia importante: «Mañana vienen. Hoy ha estado Candelaria limpiando toda la casa». Lo que Fortunata sintió era una combinación de pena y alegría que no la dejaba hablar.

Indudablemente habría sido mucho antes, entre la agitación y los empujones del gentío; pero esto no impidió que la señora siguiese con la mirada iracunda el grupo sucio, maloliente y miserable que se alejaba, anonadado por el hambre y la pena, entre el oleaje de alimentos y de general alegría. Doña Manuela avanzó sus labios en señal de desprecio. ¡Cómo estaba el mundo!

Los deseos de su alma también se difundían y apagaban en la inmensa alegría que la embargaba.

El terror, el coraje, la pertinacia, el arrepentimiento y hasta la misma alegría, alternaban en aquellos rostros malditos.

Y con esto, todo quedó dicho. Arturo Dimmesdale fijó los ojos en Ester con miradas en que la esperanza y la alegría brillaban, seguramente, si bien mezcladas con cierto miedo y una especie de horror, ante la intrepidez con que ella había expresado lo que él vagamente indicó y no se atrevió á decir.

Poco á poco sube hacia las cimas el nuevo verdor de bosques y de malezas; escala cañadas y barrancos para conquistar las quebraduras superiores junto al ventisquero. En lo alto, todo inesperado y alegre aspecto. Hasta las rocas sombrías, que parecían negras por su contraste, con las nieves, adornan sus fragosidades con matas verdes. También ellas participan de la primaveral alegría.