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Aquellas portadas de una porcion de archivoltas concéntricas, de molduras grandemente rehundidas, formando arco abocinado, y revestidas de dientes de sierra, de puntas de diamante, de zig-zags, de graciosos pometados y de menudísima follagería que deja modestamente campear las líneas sin encubrirlas; aquellos capitelitos en forma de dados, aquellos lisos y sencillos fustes que son como la prolongacion misma de los gruesos resaltos ó molduras de la archivolta; aquellos cordones ó funículos que á manera de collarines ciñen los fustes por debajo de los capitelillos, sin interrumpirse de una á otra esbelta columnilla; aquellas lindas repisas, todas trabajosamente esculpidas con caras, ó figurillas, ó follage, que suelen ser el sosten de otros capitelillos intermedios que forman con los de las columnas una faja contínua y apretada de preciosos dados; finalmente, aquellos rústicos tejaroces que coronan las antiguas portadas, y cuyos caprichosos y variados canes, á veces de espantables monstruos, á veces de lisas y toscas molduras horizontales, casi nunca caen simétricamente sobre las puertas: todos estos son caractéres inequívocos del mas puro gusto bizantino segun se practicó en España desde los tiempos de los sucesores de Carlomagno hasta fines del siglo XIII. Pero son sumamente equívocos en toda Andalucía, dominada y aleccionada por las gentes de levante, primero en el siglo VI por el vergonzoso pacto de Athanagildo, luego desde el VIII en adelante por el gran desastre de que fué causa la sensualidad de D. Rodrigo.

Entre tanto, el buen ingenio había salido de la casa de la Dorotea, pensando para sus adentros, mientras atravesaba las calles en derechura del alcázar, bajo la tenaz lluvia que no había cesado hacia tres días: Esa pobre chica me da compasión y me siento además agradecido; confiésola una gran mujer; deberémosla, por los buenos oficios que nos hace, el salir de este atolladero, sin sacar de él más que el lodo; pero con arrojar en Nápoles las botas, hemos concluído; paréceme que resurrezco, que por envuelto me he dado y á pique de desconfiar de mismo: el médico de su majestad dice que no hay que tener cuidado alguno; que Margarita se encuentra en muy cabal salud... por aquí la divina Providencia ha evitado un crimen... un crimen horrible; Lerma está confiado y sigue durmiendo; Dorotea, aleccionada por le engañará de tal modo, que tendré tiempo para llevarme á los recién casados; después... si mi doña Catalina me ama... vamos, no hay que pensar en ello... llevármela sería tocar á badajo perdido la campana del escándalo... será necesario que se cure, y yo también necesito curarme... el tiempo y la paciencia y la conformidad... bendito sea Dios, que nos ha criado para pelota, en manos de chicos... vamos adelante, vamos... yo haré que la Dorotea se cure... y olvide... doña Catalina olvidará... y yo... yo... ¡bah! ¿qué importo yo?

En vano su aya o acompañante, aleccionada por Manuel, intentó que principiase a buscar casa, tomar criados, comprar ropas de cama y mesa y encargarse trajes. Felisa no hizo nada; en vez de entregarse a las ocupaciones gratas para cuantas se casan a su gusto, persistió en su inacción: antes parecía amante abandonada que novia dichosa.

Aleccionada por su propia vida, Cristela resolvió elegir su nuera por el alma y no por el rostro. Lo malo es que el príncipe no lo deseaba así. Con la imprudencia de su juventud, gustaba de las mujeres bonitas, sin importársele un comino de las bellezas del alma. Pero Cristela era mujer enérgica y hábil, si la hubo.

De esta guisa, sabiamente aleccionada, comenzó a llenar Beatriz su misión en la tierra: reír, vestir hechiceramente, hacer cada vez más ligera su danza, salpicar a cada giro del faldellín un rocío de fascinación. De alambique en alambique, llegó a ser una verdadera quintaesencia de cortesanía y de embeleso.