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Mirando a Aldeacorba, decía: No volveré más allá... Ya acabó todo para mí... Ahora, ¿de qué sirvo yo? En su rudeza pudo observar que el conflicto en que estaba su alma provenía de no poder aborrecer a nadie.
No es eso.... Contaré a usted si va hacia Aldeacorba. No voy, sino que vengo, preciosa señorita; pero porque usted me cuente alguna cosa, cualquiera que sea, volveré con mucho gusto. Volvamos a Aldeacorba: ya soy todo oídos. La Nela se decide a partir
Al llegar a la casa de Aldeacorba Golfín sintió que su carga se hacía menos pesada. La Nela erguía su cuello, elevaba las manos con ademán de desesperación; pero callaba. Entró. Todo estaba en silencio. Una criada salió a recibirle, y a instancias de Teodoro condújole sin hacer ruido a la habitación de la señorita Florentina.
Avanzando por lo alto del cerro que limita las minas del lado de Poniente, habían llegado a Aldeacorba y a la casa del señor de Penáguilas, que echándose el chaquetón a toda prisa, salió al encuentro de sus amigos. Caía la tarde. El patriarca de Aldeacorba
Llevaba en la mano un mendrugo de pan que le había dado la Señana para desayunarse, y, comiéndoselo, marchaba aprisa, sin distraerse con nada, formal y meditabunda. No tardó en pasar más allá de los edificios, y después de subir el plano inclinado, subió la escalera labrada en la tierra, hasta llegar a las casas de la barriada de Aldeacorba.
Un horror instintivo la alejaba de la casa de Aldeacorba, horror con el cual se confundía la imagen de la señorita de Penáguilas, como las figuras que se nos presentan en una pesadilla; y al mismo tiempo sentía nacer en su alma admiración y simpatía considerables hacia aquella misma persona.... A veces creía con pueril inocencia que era la Virgen María en esencia y presencia.
Lo que no sufría metamorfosis era aquella pasioncilla que antes llamamos vergüenza de sí misma, y que la impulsaba a eliminar su persona de todo lo que pudiera ocurrir en lo sucesivo en Aldeacorba.
¿Qué?... ¡por Dios y la Virgen!... ¿qué te pasa? No puedo ir allá. Y señaló la casa de Aldeacorba, cuyo tejado se veía a lo lejos entre los árboles. ¿Por qué? La Virgen Santísima lo sabe replicó la Nela con cierta decisión . Que la Virgen Santísima la bendiga a usted. Haciendo una cruz con los dedos se los besó. Juraba. Florentina dio un paso hacia ella.
Largo rato después hallábase en el mismo sitio, con la cabeza inclinada sobre el pecho, las mejillas encendidas y los celestiales ojos mojados de llanto, cuando acertó a pasar Teodoro Golfín, que de la casa de Aldeacorba con tranquilo paso venía.
Choto regresó corriendo como para cerciorarse de que era seguido, y después volvió a alejarse. Como a cien metros de Aldeacorba Golfín creyó sentir una voz humana, que dijo: ¿Qué quieres, Choto? Al punto sospechó que era la Nela quien hablaba.
Palabra del Dia
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