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El gabinete era un nido tibio y hermoso, lleno de perfumes penetrantes; contiguo a él, separada por columnas doradas de madera y por una cortina de damasco azul, estaba la alcoba.

Dicho esto, el Padre Ambrosio, tomando en la mano la lámpara que ardía sobre la mesa y sirviendo de guía, hizo entrar a Fray Miguel en la mezquina alcoba donde tenía su cama. Allí había en el ángulo formado por las paredes del fondo y lado derecho una estrechísima escalera de caracol, por donde ambos frailes subieron más de treinta escalones.

Una hora después don Víctor dormía en una alcoba espaciosa, estucada, con dos camas. En el gabinete contiguo Ana escribía con pluma rápida y que parecía silbar dulcemente al correr sobre el papel satinado. No tardes; no escribas mucho, que te puede hacer daño. Ya sabes lo que dice Benítez. , ya ; calla y duerme.

Artemisa la del Casal, se acerca a la puerta con el niño de la mano. En la alcoba los pasos vienen y van obstinados y extraños como el pensamiento de los locos. Artemisa atiende algunos momentos. ¡Pasea en la oscuridad! Al entrar en la alcoba, mandó clavar las ventanas.

Tibio perfume, que no venía de ningún pomo de olor, ni arquilla de esencias, sino del lecho entreabierto y de las ropas de la víspera, abandonadas sobre los taburetes, sahumaba el ambiente de la alcoba. Una criada aparejaba en el tocador las toallas, el aguamanil, la jofaina. Otra, el patético albayalde para la tez y el sanguinolento bote para amapolar levemente las mejillas.

Cuando Crespo, al obscurecer, entró en la alcoba de Ana, la llamó en vano dos, tres veces.... Pidió luz asustado y vio a su amiga como muerta, supina, y sobre el embozo de la cama el pliego perfumado de Mesía.

El insular, como todos sus compatriotas que viajan, tenia vieja amistad con el mar, y el puente del vapor le gustaba de preferencia. Yo, entretanto, leia ó dormia en el camarote, una vez que se perdió de vista la costa de Marsella. Al dia siguiente desde mi alcoba, en el hotel de las «Cuatro naciones», en Barcelona, que en la pieza contigua silbaba alguno el himno británico God save the queen.

Abrióse de improviso una puerta en el fondo de la cámara y apareció una mujer joven. Abrió un balcón y penetró en la alcoba la luz fría de aquella mañana nublada y lluviosa. La mujer despertó. Se incorporó en el lecho y miró con disgusto á la puerta de la alcoba á donde había llegado la joven.

Levantose la joven disparada, y se metió en su gabinete. Estaba como una loca. Juan la siguió, temiendo que le acometiese un acceso de desesperación. Ambos se encontraron en la puerta de la alcoba.

Díselas, no tan malas como las que esperaban ellas, y esto las animó a acercarse muy quedito hasta la puerta de la alcoba.