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El alcalde de Zalamea . Aunque este drama se ha traducido dos veces al alemán, sin embargo, en cuanto ha llegado á nuestra noticia, no ha encontrado todavía el aplauso que merece, por lo cual intentaremos, valiéndonos de la exposición, que sigue, de su argumento, excitar algún interés en su favor. Pedro Crespo, rico labrador de Zalamea, pueblo de Extremadura, tiene una hija de singular belleza.

Por más que se cumpla la frase o sentencia proverbial que afirma que nada es muy peligroso ni muy difícil de realizar cuando se tiene el padre alcalde, más extraño es aún que el asesinato de Luciano quede impune, y hasta que sea aplaudido por la autoridad superior, lo cual se indica y se presume por el final de la novela.

Eran el tío Batiste, el alcalde, y su alguacil el Sigró. La huerta quedaba sin autoridad, pero tranquila. En el mar A las dos de la mañana llamaron a la puerta de la barraca. ¡Antonio! ¡Antonio! Y Antonio saltó de la cama. Era su compadre, el compañero de pesca, que le avisaba para hacerse, a la mar. Había dormido poco aquella noche.

Noticioso Merlo de lo que sucedia á su alcalde, clamando «favor al rey y á la justiciase metió con algunos ministros en el tumulto; pero concurrió tanta gente en defensa de los reos, que para salvar la vida tuvo que refugiarse en S. Lorenzo cerrando las puertas.

Frecuentemente pasaban á la escena francesa las obras españolas por el vehículo del teatro italiano; así, La vida es sueño, de Calderón, se representó primero en 1677 por italianos, traducido en prosa; luego se vertió al francés por Gueulette, y en 1732 se puso en verso alejandrino por Boissy . El alcalde de Zalamea fué arreglado para una ópera italiana, y La casa con dos puertas, como impromptu, para los teatros italianos de París.

Inmediatamente colocó el mandatario real un cura y un alcalde en cada parroquia ó distrito, y nombró un subdelegado para gobernar y cuidar de los intereses de la nueva provincia, á la que se dió el pueblo de Apolo por capital.

Bien es que ya no es tan general este vicio, en el que no conciben infamia, pues tal vez el que este año lo castigaron por ladrón, al siguiente lo hacen alcalde.

La voz del alcalde, señor Aubry de Chanzelles, llega por primera vez a los oídos de Juan. El alcalde habla con claridad en un tono grave y benévolo. En vez de amonestar a aquella mujer, llamada a justificar las ausencias demasiado frecuentes de su hijo a la escuela, se afana en demostrarle la necesidad de velar sobre la instrucción y desarrollo de la inteligencia de los niños.

Finalmente, el alcalde proveyó jurídicamente; la declaración se hizo con todas las fuerzas que en tales casos debían hacerse, con lo que quedaron don Quijote y Sancho muy alegres, como si les importara mucho semejante declaración y no mostrara claro la diferencia de los dos don Quijotes y la de los dos Sanchos sus obras y sus palabras.

Señor, en nombre del Cielo, piense que el desgraciado espera la muerte... LA MULTITUD. ¡Viva el alcalde! ¡viva el rey absoluto! EL ALCALDE. Ya has oído, obra. EL GITANO. ¡Por fin! EL VERDUGO. ¡No, señor! EL ALCALDE. ¡Cómo! EL VERDUGO. Me han hecho venir de Córdoba para dar garrote al reo, pero no para cortarle la mano.