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El archivo se quedaba en Villanueva; una vivienda de labriegos servía de escuela y de casa consistorial. El alcalde, dos veces por mes, acudía para presidir el concejo municipal, y de cuando en cuando para celebrar algún matrimonio.

No obstante, lejos de decir explícitamente «aceptamos», todos, y el primero el alcalde, dirigieron sus miradas inquietas á un rincón de la sala donde estaba sentado un viejo con calzón corto remendado, montera bajo la cual asomaban, entrecanos y nada limpios, dos mechones de pelos, uno sobre cada sien y de un palmo de largos, según la antigua moda, chaqueta al hombro y un garrote chamuscado con el que hacía garabatos sobre el polvo del suelo fingiéndose distraído.

No volvimos a tener noticias de Pablo, hasta hace cinco meses, en que volvió a aparecer en el pueblo; se presentó al alcalde enseñando su pasaporte y su licencia absoluta, y pidiendo permiso para vivir y trabajar en un lugar de la montaña, a seis leguas de aquí. En dos años se había operado un gran cambio en el carácter, y aun en el físico de Pablo.

Al fin, inflexible el alcalde de casa y corte á las súplicas y á las declamaciones, Montiño fué, ó mejor dicho, fué llevado por los alguaciles á la cárcel, donde le arrojaron en un calabozo en que había otros presos. Cuando Montiño oyó crujir las cadenas y rechinar los cerrojos de la puerta, se desmayó.

Angulo, regidor de Toledo y su alcalde de Sacas; D. Guillén de Castro, capitán del Grao de Valencia; D. Diego Jiménez de Enciso, caballero de Sevilla; Hipólito de Vergara; el maestro Ramón, sacerdote; el licenciado Justiniano; D. Gonzalo de Monroy, regidor de Salamanca; el Dr.

Aquí va á ir de pillo á pillo. Puede usté decirle que traiga el reló, pero firmando un papel. ¡Á ver, á ver! ... murmuraron sus convecinos, llenos de curiosidad. Escriba usté, secretario dijo á éste el alcalde; que la cosa tiene que ver. Dite usté, tío Merlín.

El primero que se soltó fué don Segis, que vivía en una casita de dos balcones, pegada al convento de las Agustinas. Después fué don Juan el Salado. Después el coadjutor. Por último, el señor Anselmo, sacando la enorme llave lustrosa que le servía de batuta cuando dirigía la orquesta, abrió el taller donde dormía. Quedó el alcalde solo con la fuerza de su mando.

Siendo Alcalde mayor de Tayabas D. José Domínguez Samudio, pasó por tierra á dicha mar del Norte, dos falúas de diez y ocho remos, operación que no hubiera sido posible llevar á cabo no siendo el terreno llano. Si se abriere este corto trayecto, se establecería comunicación entre el mar Pacífico y el Estrecho de San Bernardino, y los beneficios que esto irrogaría serían incalculables.

Nuestra es la culpa. UNO DE LA JUNTA. Pero, así no vamos a acabar nunca. EL ALCALDE. Mi querido amigo, ya que tenemos tan pocas ocasiones de popularizarnos, aprovechemos ésta. Es cuestión de un momento. Amigo mío, perdóneles usted, el fanatismo les extravía. EL GITANO. Ya lo veo. El Cielo te lo recompensará. JUANA. Tiene razón el pobre niño. , mujer, el Cielo o el infierno.

¡Ah! ¿vuecencia es grande de España? ¡El duque de Uceda! ¡Ah! ¡ah! ¡una linterna! ¡una linterna pronto! exclamó la misma voz, que no era otra que la del licenciado Sarmiento. Hizo luz uno de los alguaciles, es decir, abrió su linterna que entregó al alcalde, y éste vió con la luz de la linterna el rostro al duque de Uceda.