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Á me parece que no habrá compromiso en que le cojamos por la palabra añadió el alcalde, dejando entrever ya el fondo receloso que, como opinaba muy bien el personaje, forma el carácter de los aldeanos montañeses.

Alcalde de primer voto, y su actual Síndico Procurador. Por el Sr. Que á este objeto tan interesante como sagrado, conviene que se subrogue en el Exmo.

«Reinando en Castilla el católico y muy alto y poderoso rey don Felipe II, y siendo asistente de esta ciudad el ilustrísimo señor conde de Barajas, mayordomo de la reina nuestra señora: Los ilustrísimos señores, Sevilla, mandaron hacer estas fuentes y alamedas, traer el agua de la fuente del Arzobispo con industria, acuerdo y parecer del dicho señor Asistente, siendo obrero mayor, el magnífico señor Juan Díaz, Jurado, alcalde el año de MDLXXIIII

Preguntado el primero por su mujer..., y también por el alcalde, acerca de la procedencia, oficio, ocupaciones y planes del segundo, respondía que era un caballero perteneciente a una de las principales familias de Madrid, arruinado con los negocios de la Bolsa; había estudiado de joven para ingeniero de minas, y pasaba por muy entendido en ellas.

¿Qué dice de esto el tío Merlín? preguntó el alcalde después que, como todo el concejo, le hubo mirado por algún tiempo en silencio, estudiando hasta el rumbo más vago de su garrote.

Tomad dijo el duque dándole una orden firmada por el rey ; presidente sois desde ahora de la real audiencia de Méjico. ¡Oh! ¡señor! ¡señor excelentísimo! dijo doblegándose todo el alcalde. Anteanoche me servísteis bien; pero aún os queda que hacerme un último servicio. Mandad, señor. En la calle de Don Pedro encontraréis un hombre muerto á hierro. ¿Y quiere vuecencia que se descubra?...

Un ágil bailarín que era el conductor del aurresku lo iniciaba con el paso solemne de la invitación. Echaba la boina en tierra, y después de pedir la venia al alcalde que presidía el acto, se dirigía con una serie de minuciosos trenzados y saltos de extraordinaria agilidad, á invitar en el corro á la mujer que deseaba elegir como reina del baile.

Fuera del Alcalde todos los acompañantes son para el indio otras tantas almas de Garibay. Hemos hecho la anterior digresión para que se comprenda el valor que tiene el castila pronunciado por la esposa india. Para recargar el cuadro y hacer comprender el cariño y respeto que tiene la mujer de la provincia de Tayabas al español, voy á recordar un episodio que presencié el año 1874.

Siéntense Vds., hijas mías, mientras refiero estas cosas al señor capitán, añadió el cura, dirigiéndose a la señora y a Carmen, quienes tomaron un asiento junto al alcalde. Pablo era un joven huérfano de este pueblo, y desde su niñez había quedado a cargo de una tía muy anciana, que murió hace cuatro años.

Pero Gonzalo, no tanto por su cualidad de alcalde, como por sus puños terribles, inspiraba tal respeto, que al fin se resignaron a quedarse con la justísima paliza que a tres de sus colegas les habían administrado. Pasó el Carnaval sin gran animación.