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Toda esta invasión de figurones que trotaba por la ciudad, voceando como un manicomio suelto, dirigíase a la Alameda, pasaba el puente del Real envuelta con el gentío, y así que estaban en el paseo, iban unos hacia el Plantío para dar bromas insufribles, sonando las bofetadas con la mayor facilidad.

Estas inundaciones dejan siempre al viejo paseo en estado harto deplorable, y como quiera que pocas veces se trata de acudir como corresponde á la reparación de los desperfectos ocasionados en la Alameda, ofrece á los paseantes bien pocos atractivos.

Tomaba yo el portante, y cuando salía muy contrariado y mohino, al detenerme en la puerta para quitar la aldabilla, sentía yo en pos de las miradas de la huérfana. Más de una vez me volví rápidamente, y siempre logré sorprenderla en momentos en que me veía con cariñosa curiosidad. Después de vagar una o dos horas por los callejones o en la alameda de Santa Catalina, volvía yo a casa.

Y aquí hago punto en este ligero bosquejo que he intentado trazar de la Alameda Vieja que fundó el conde de Barajas, paseo el más antiguo de Sevilla, que es el que más larga historia tiene y por el que tantas generaciones pasadas han discurrido. LA HERMANDAD DE LOS NI

Doña Manuela, al ver a su antiguo dependiente, se ruborizó, como si éste pudiese adivinar los pensamientos que la habían agitado poco antes. El señor Cuadros mostrábase gozoso y radiante, como si le alegrase la noticia que en el patio le había dado Nelet. ¿Conque había muerto el caballo? Vamos, ahora se explicaba por qué iban aquella tarde a pie por la Alameda.

O echaba a caminar, con las Empresas de Saavedra Fajardo bajo el brazo, por las calles umbrosas de la Alameda, y creyéndose a veces nueva encarnación de las grandes figuras de la historia, cuyos gérmenes le parecía sentir en , y otras desesperando de hacer cosa que pudiera igualarlo a ellas, rompía a llorar, de desesperación y de ternura.

No fué sólo entonces la Alameda teatro de escenas semejantes, pues éstas se repitieron en aquellos años de pronunciamiento y motines, llegando, como en 1861 y 1873, á tomar los sucesos verdadera importancia.

D. Carlos con semejante impertinencia dijo Doña Paz reapareciendo en una alameda de lienzo. Lo digo y lo repito.... Además, los compañeros, ayudantes o lo que sean del Sr.

Si hoy, con los faroles de gas y el crecido personal de agentes de policía, es empresa de guapos aventurarse después de las ocho de la noche por la Alameda de Acho, imagínese el lector lo que sería ese sitio en el siglo pasado y cuando sólo en 1776 se había establecido el alumbrado para las calles centrales de la ciudad. La obscuridad de aquella noche era espantosa.

Allí pasaba cierto día Beatriz sus ensueños, y era una ardiente mañana de julio, a fines, cuando vio aparecer en el recodo del vecino sendero a la vizcondesa de Aymaret, que le dijo en festivo tono: ¡Estaba segura de encontrarte en la alameda de los suspiros!