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El dolor ajeno lo siente como dolor propio; el dolor propio lo multiplica por todos los dolores ajenos; y así en el dolor propio como en el ajeno experimenta el contacto de esta y aquella brasa de la gran hoguera que es el dolor universal, el drama de la vida.

Don Basilio era de los que sinceramente se alegraban del golpe de suerte que había tenido Juan Pablo. Aquel destino no era de su ramo, y por tanto, no lo envidiaba. Si se hubiera tratado de la dirección económica de una provincia, D. Basilio habría sentido tristeza del bien ajeno.

Si el lector quiere antes de que nos separemos para siempre echar otra ojeada a aquel rinconcillo de la tierra llamado Villamar, bien ajeno sin duda del distinguido huésped que va a recibir en su seno, le conduciremos allá, sin que tenga que pensar en fatigas ni gastos de viaje. Y en efecto, sin pensar en ello, ya hemos llegado.

No guardaron proporción la falta y el modo de expiarla: fue víctima dos veces sacrificada al egoísmo ajeno: una para satisfacer la ilusión del amor; otra para contribuir a la comedia del decoro: llegando en medio del dolor a tal punto su pureza de pensamiento, que jamás acarició la idea de engañar a un hombre para encubrir su desventura.

El padre marchaba satisfecho, con el garrote bajo el brazo, fingiéndose ajeno a este entusiasmo; pero cuando amainaba el griterío, corría a la cabeza del grupo, olvidando toda prudencia, con la rabia de un comerciante a quien no le dan el género que le corresponde por su dinero. El mismo daba la señal: «¡Viva el Manitas!» Y la ovación reanimábase con fuertes bramidos.

Aquel pequeño mundo, ajeno enteramente a las luchas de la política, de la ciencia y de los intereses materiales, representaba un oasis deleitoso enmedio de la corrupción general de las costumbres.

-Con que me pagase el señor don Quijote alguna parte de las hechuras que me ha deshecho, quedaría contento, y su merced aseguraría su conciencia, porque no se puede salvar quien tiene lo ajeno contra la voluntad de su dueño y no lo restituye. -Así es -dijo don Quijote-, pero hasta ahora yo no que tenga nada vuestro, maese Pedro.

Y por las trazas, debe tener buen diente y un estómago como las galerías del Depósito de aguas... ¡Ay, Dios mío!, ¡qué egoístas son estos curas...! Lo que yo debía hacer era ponerle la cuentecita, y entonces... ¡ah!, entonces que no se volvía a descolgar con invitados, porque es Alejandro en puño y no le gusta ser rumboso sino con dinero ajeno».

La vanidad sirviera justamente para reconocer cuán ajeno fué de tal escrito, si el estilo no lo dijera á primera vista. Se habla en este libro con extrema parquedad de Antonio Pérez, y él no sabía hacerlo, por mucho que se quisiera disfrazar.

Lo que es que os ama con toda su alma, pero no cómo. ¿Lo sabéis vos? No por cierto: á veces me mira como un amante, á veces como un padre; á veces hay cólera en sus ojos, á veces odio. ¡Misterios siempre! Un día, hace tres años, me encontré al tío Manolillo acurrucado como un gato que se encuentra huído y receloso, y hambriento en desván ajeno, en una galería obscura de palacio.