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Pero estos comentarios y desahogos, y otros por el estilo, no los oía Emma; ella veía a la envidia, no la oía; veía sus ojos brillantes, sus sonrisas tristes, sus éxtasis sinceros y melancólicos en la cara de las incautas, que no sabían disimular siquiera, y se quedaban como Santas Teresas arrobadas en la meditación y el amor del pesar del bien ajeno.

Mil pensamientos de exterminio se le amontonaron en el cerebro mientras su mirada torva y siniestra permanecía clavada en las espaldas del infeliz contrabajo, bien ajeno por cierto de los sentimientos sanguinarios que en aquel momento inspiraba su inofensiva persona.

Desde allí dirigía la palabra a otros señores de más edad, abonados en el palco de enfrente: se decían cuchufletas, se burlaban de la tiple o del bajo, y se tiraban caramelos y saetas de papel. Por cierto que el público de las butacas, ajeno todavía a estos refinamientos de la civilización, solía hacerles callar bárbaramente con un enérgico chicheo.

Era muy penetrativo el zapatero, rápido en percatarse del mecanismo y expresión de pasiones y afectos; pero como al propio tiempo su bondad aventajaba aún a su penetración, cuando sospechaba un sentimiento ajeno de hostilidad o mofa, rehuía darse por enterado. Sabía distinguir, por lo tanto, entre risas y risas.

Por estas y otras niñerías estuvo preso; aunque, según a me han dicho después, salió de la cárcel con tanta honra, que le acompañaron docientos cardenales, sino que a ninguno llamaban señoría. Las damas diz que salían por verle a las ventanas, que siempre pareció bien mi padre, a pie y a caballo. No lo digo por vanagloria, que bien saben todos cuán ajeno soy de ella.

Además de la indecencia y la grosería que revela esta conducta, adolece también de la ingratitud más monstruosa, porque los actores son, entre todos los hombres, los que más empeño tienen en conquistar el ajeno aplauso. ¡Cuántos malos ratos no pasan, trabajando sin cesar, mientras ensayan una comedia!

Pero Lázaro era de esos seres extraordinarios en quienes es virtud la intransigencia, porque, firmes en la moral de su derecho y lógicos consigo mismos, someten la voluntad a la razón, prefiriendo antes la propia estima que la hipócrita y baja transacción con el error ajeno. Cerró la noche lluviosa y triste.

Dos condiciones necesarias para que sea valedero un testimonio. No siempre nos es dable adquirir por nosotros mismos el conocimiento de la existencia de un ser, y entónces nos es preciso valernos del testimonio ajeno. Para que este no nos induzca á error, son necesarias dos condiciones: . que el testigo no sea engañado: . que no nos quiera engañar.

En todo caso añadió la Bonnetable más y más ofendida por la oposición de la abuela, la de Brenay es ridícula y su hija también... ¡Oh! protestaron las señoras en coro. Eso se llama ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio dijo Francisca a media voz. , son ridículas, lo mantengo replicó la Bonnetable, dispuesta esta vez a dar la cabeza, si era preciso, para sostener su opinión.

Sufría al pensar que otros vencían fácilmente con el auxilio ajeno los obstáculos que a él le parecían insuperables. Pero tenía fe y seguía adelante, convencido de que si todos le imitaban cambiaría la suerte de la tierra. El mundo es del que más sabe, ¿verdad, don Fernando?