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No quería ver mas: esta noche era para los locos. Tampoco el príncipe deseaba ver, y continuó en su sillón, pidiendo un nuevo cocktail. Desfilaban ante las puertas los que huían amargados por la suerte ajena y los que llegaban atraídos por la noticia del suceso. Permaneció solo, como un espectador que se queda en el vestíbulo de un teatro y escucha los lejanos estremecimientos del público.

Al despedirse le dijo que vendría de noche a buscarla para ir a un teatrito por horas, y que estuviese ya vestida y no se hiciese esperar. La sonrisa cruel que plegaba sus labios al bajar la escalera inspiraba frío y miedo. ¡Pobre niña! ¡Cuán ajena estaba del pensamiento que bullía en la mente de aquel hombre egoísta, sin entrañas!

Y, en lo que toca a la carta de amores, pondrás por firma: "Vuestro hasta la muerte, el Caballero de la Triste Figura". Y hará poco al caso que vaya de mano ajena, porque, a lo que yo me acordar, Dulcinea no sabe escribir ni leer, y en toda su vida ha visto letra mía ni carta mía, porque mis amores y los suyos han sido siempre platónicos, sin estenderse a más que a un honesto mirar.

El descubrimiento de la maldad ajena la embelesaba, la enorgullecía y la animaba a abandonarse a sus perversiones caprichosas.

Miranda cubría las formas sociales exhortando a Pilar a «cuidarse» y «no hacer tonterías», todo ello dicho con el calor ficticio que muestran los egoístas cuando se trata de la salud ajena.

Por las noches continuaba escribiendo con furor, porque nada hacía yo a medias. Me parecía a veces tal era el cúmulo de ilusiones que se reunían en mi cabeza, que estaba a punto de dar a luz alguna obra maestra. Obedecía a una fuerza ajena a mi voluntad como todas las que me poseían.

Sucedió que un día entraron dos puercos del mejor garbo que vi en mi vida. Yo estaba jugando con los otros criados, y oílos gruñir, y dije al uno: -Vaya y vea quién gruñe en nuestra casa. Fue, y dijo que dos marranos. Yo que lo , me enojé tanto que salí allá diciendo que era mucha bellaquería y atrevimiento venir a gruñir a casa ajena.

Entonces Moisés se levantó y las defendió, y dio de beber a sus ovejas. 18 Y volviendo ellas a Reuel su padre, él les dijo: ¿Por qué habéis hoy venido tan presto? Llamadle para que coma pan. 21 Y Moisés acordó en morar con aquel varón; y él dio a Moisés a su hija Séfora, 22 la cual le dio a luz un hijo, y él le puso por nombre Gersón, porque dijo: Peregrino soy en tierra ajena.

Bien podría, señorita, haber estado y no conocer el de todas las palabras replicó Lorenzo ligeramente turbado. ¿Ignoraría, señor, el de mi propio nombre?... repuso riendo sin ofender, riendo como si supiera que toda idea de agraviar se anularía en ella por el prestigio avasallador de sus encantos, compulsados más en la expresión y la palabra ajena que en su propio espejo.

Iba cargada de joyas, con la suntuosidad de una aristocracia recién creada que se consume en medio de su lujo, falta de fiestas para lucirlo y siente el ansia de adornarse para pregonar su riqueza y herir la envidia ajena.