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¡Cuán célebres son los nombres de los pequeños arroyuelos del Hélada y del Asia Menor así transfigurados por los escultores y los poetas! ¡Cuando el viajero desembarca en el Helesponto, sobre las mismas playas donde Ulises y Aquiles sacaron sus embarcaciones sobre la arena; cuando apercibe el llano que en otro tiempo sostenía las murallas de Troya y ve su propia imagen reflejarse, bien en los famosos manantiales del Escamandro, ó en el agua cristalina del pequeño río Simois, donde estuvo á punto de perecer el valiente Ajax, bien pobre es su imaginación y bien rebelde su corazón si no se siente profundamente conmovido en presencia de esas aguas que el viejo Homero ha cantado! ¿Quién no se sentirá conmovido al visitar esas fuentes de Grecia, con sus hombres armoniosos de Caliroe, Mnemosina, Hipocrene, Castalia?... El agua que entonces manaba y que continúa naciendo todavía, es la que los poetas miraban con amor como si la inspiración hubiera salido del suelo al mismo tiempo que las fuentes; á esos hilillos transparentes iban á beber, pensando en la inmortalidad y queriendo leer el destino de sus obras en los rizos de la pequeña laguna y en las pequeñas ondulaciones de la cascadita.

En castellano, mejor es no leer la traducción que hay, que es de Hermosilla; porque las palabras de la Ilíada están allí, pero no el fuego, el movimiento, la majestad, la divinidad a veces, del poema en que parece que se ve amanecer el mundo, en que los hombres caen como los robles o como los pinos, en que el guerrero Ajax defiende a lanzazos su barco de los troyanos más valientes, en que Héctor de una pedrada echa abajo la puerta de una fortaleza, en que los dos caballos inmortales, Xantos y Balios, lloran de dolor cuando ven muerto a su amo Patroclo, y las diosas amigas, Juno y Minerva, vienen del cielo en un carro que de cada vuelta de rueda atraviesa tanto espacio como el que un hombre sentado en un monte ve, desde su silla de roca, hasta donde el ciclo se junta con el mar.

Grandes guerreros hay entre los griegos: Ulises, que era tan alto que andaba entre los demás hombres como un macho entre el rebaño de carneros; Ajax, con el escudo de ocho capas, siete de cuero y una de bronce; Diomedes, que entra en la pelea resplandeciente, devastando como un león hambriento en un rebaño: pero mientras Aquiles esté ofendido, los vencedores serán los guerreros de Troya: Héctor, el hijo de Príamo; Eneas, el hijo de la diosa Venus; Sarpedón, el más valiente de los reyes que vino a ayudar a Troya, el que subió al cielo en brazos del Sueño y de la Muerte, a que lo besase en la frente su padre Júpiter, cuando lo mató Patroclo de un lanzazo.

En el tiempo de Homero, ningún guerrero fue identificado con su Aquiles, o con su Ajax, o con su Diomedes, ni ningún rey con su Nestor; y, sin embargo, ese rey y esos guerreros, que no han existido jamás, son seres vivientes.

En los mismos tiempos de Homero, el que ganó por fin el sitio, y entró en Troya, no fue Ajax el del escudo, ni Aquiles el de la lanza, ni Diomedes el del carro, sino Ulises, que era el hombre de ingenio, y ponía en paz a los envidiosos, y pensaba pronto, lo que no les ocurría a los demás.

Cada troyano lleva una antorcha, para incendiar las naves griegas: Ajax, cansado de matar, ya no puede resistir el ataque en la proa de su barco, y dispara de atrás, de la borda: ya el cielo se enrojece con el resplandor de las llamas.

Al otro día Héctor y Ajax pelean como jabalíes salvajes hasta que el cielo se oscurece: pelean con piedras cuando ya no tienen lanza ni espada: los heraldos los vienen a separar, y Héctor le regala su espada de puño fino a Ajax, y Ajax le regala a Héctor un cinturón de púrpura.

El poema entero está escrito para contar lo que sucedió a los griegos desde que Aquiles se dio por ofendido: la disputa de los reyes, el consejo de los dioses del Olimpo, en que deciden los dioses que los troyanos venzan a los griegos, en castigo de la ofensa de Agamenón a Aquiles, el combate de Paris, hijo de Príamo, con Menelao, el esposo de Helena, la tregua que hubo entre los dos ejércitos, y el modo con que el arquero troyano Pandaro la rompió con su flechazo a Menelao, la batalla del primer día, en que el valentísimo Diomedes tuvo casi muerto a Eneas de una pedrada, la visita de Héctor, el héroe de Troya a su esposa Andrómaca, que lo veía pelear desde el muro, la batalla del segundo día, en que Diomedes huye en su carro de pelear, perseguido por Héctor vencedor, la embajada que le mandan los griegos a Aquiles, para que vuelva a ayudarlos en los combates, porque desde que él no pelea están ganando los troyanos, la batalla de los barcos, en que ni el mismo Ajax puede defender las naves griegas del asalto, hasta que Aquiles consiente en que Patroclo pelee con su armadura, la muerte de Patroclo, la vuelta de Aquiles al combate, con la armadura nueva que le hizo el dios Vulcano, el desafío de Aquiles y Héctor, la muerte de Héctor, y las súplicas con que su padre Príamo logra que Aquiles le devuelva el cadáver, para quemarlo en Troya en la pira de honor, y guardar los huesos blancos en una caja de oro.

Y entonces fue la fiesta de los funerales, que duró doce días: primero una carrera con los carros de pelear, que ganó Diomedes; luego una pelea a puñetazos entre dos, hasta que quedó uno como muerto; después una lucha a cuerpo desnudo, de Ulises con Ajax; y la corrida de a pie, que ganó Ulises; y un combate con escudo y lanza; y otro de flechas, para ver quién era el mejor flechero; y otro de lanceadores, para ver quién tiraba más lejos la lanza.