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Hace unos cuantos meses se empezó a decir si andaban o no andaban mal y, la verdad, como es una casa tan fuerte, cometí la tontería de no hacer caso...; y ahora, ya lo ves, mi agente de Madrid me escribe lo que acabas de oír... Nada, que si quiebran, me van a dejar por puertas.

Los pómulos saltaban ahora, y los labios, siempre gruesos, pretendían ocultar una dentadura del todo cariada. , estoy muy envejecida... y enferma; he tenido ya ataques a los riñones... y usted añadió mirándolo con ternura ¡siempre igual! Verdad es que no tiene treinta años aún... Lidia también está igual. Nébel levantó los ojos: ¿Soltera?

Si a me dicen esto, ahora dos meses, no lo creo, no, señor, me río; pero, ¿quién podía soñarlo? En el ansia de ganar, de ganar mucho, de ganar siempre, no mirábamos para atrás, ni para arriba, y así se nos ha caído la casa encima y nos ha aplastado.

Pero eso , máteme lanza, espada ó dardo, caiga yo á los golpes del hacha de combate ó atravesado por alabarda ó daga; pero me parecería una vergüenza recibir la muerte de una de esas bombardas que ahora empiezan á usar gentes cobardes, que derrengan á un valiente desde lejos y son más propias para asustar mujercillas y niños con sus fogonazos y estampidos que para habérselas con hombres de pelo en pecho.

Deja eso dijo, acercándose a su amiga . No hablemos de otros; hablemos de nosotros. Estás guapísima.... ¿Ahora... con esas? Tontina... si no fueras tan desconfiada.... ¿Qué novedades son estas? preguntaron los labios y la lengua de placas de acero. Novedades... ¿las llamas novedades... ingrata? Don Álvaro acercó su rostro al de la dama golosa. Nadie pasaba por la calle.

6 Se derramó, por tanto, mi saña y mi furor, y se encendió en las ciudades de Judá y en las plazas de Jerusalén, y se tornaron en soledad y en destrucción, como hoy. 7 Ahora, pues, así dijo el SE

17 No habrá para qué vosotros peleéis ahora; paraos, estad [quedos], y ved la salud del SE

¿Y qué quiere ahora ser la mujer del leñador? ¡Ay, señora maga!: reina quiere ser. ¿Reina no más? Me salvaste la vida, y tu mujer tendrá lo que desea. ¡Salud, marido de la reina! Y cuando Loppi volvió a su casa, el castillo era un palacio, y Masica tenía puesta la corona.

Aquello acabó, y ahora sólo queda la sedería de Lyón, «mírame y no me toques», algodón malo, géneros que no duran un año, porquerías con las que van tan orgullosas estas señoritas del día.... ¿No es esto, Juanito? ¿No lo ves así? Y el sobrino contestaba a todo con afirmativas cabezadas, muy preocupado en su interior por el modo como expondría la pretensión que le llevaba allí.

El público le excitaba a ello. Entre los hombres puestos de pie en la contrabarrera, con el cuerpo echado adelante para no perder un detalle del momento decisivo, reconoció a muchos aficionados populares que comenzaban a apartarse de él y volvían ahora a aplaudirle, conmovidos por su muestra de consideración al «pueblo». ¡Aprovéchate, güen mozo!... ¡Vamo a ve la verdá!... ¡Tírate de veras!