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Señora le dijo Ido al tomar lo que se le daba , estoy agradecidísimo a sus bondades; pero ¡ay!, la señora no sabe que estoy desnudo... quiero decir, que esta ropa que llevo se me está deshaciendo sobre las carnes... Y naturalmente, si la señora tuviera unos pantaloncitos desechados del señor D. Juan... ¡Ah! ... buscaré. Vuelva usted.

El coche emprendió la marcha carretera de El Pardo arriba, y los esposos, con la cabeza reclinada en el paño azul de la tendida capota, se espiaban sin mirarse, como abrumados por la situación y sin atreverse uno de los dos a ser el primero en hablar. Ella comenzó. ¡Ah, la maldita!

Si en lo anterior se habia mostrado el naturalista, en lo político se manifestó bien el frances, hijo de la sociedad creada por la revolucion de 1789. «Ah! exclamaba el Sr. B : es mucha lástima que UU. no hayan sabido comprender á Bolívar ni adoptar su política!

Alguien extrañará que Carlos V no declarase la guerra á los habitantes de Quacos, pidiendo á su hijo Felipe II veinte arcabuceros que les ajustasen las cuentas.... Pero ¡ah! el vencedor de Europa no había ido al convento en busca de guerra, sino de paz, y, por otra parte, si hubiese castigado á aquellos insolentes, el desacato y desamor de éstos se habrían hecho públicos y dado margen á mil comentarios en toda Europa.

ERNESTO. ¡Ah! ¿Luego usted era propietario...? EL SE

De un lado las niñas, cubiertas con velos vaporosos, ceñida la sién de rosas blancas; del opuesto nosotros, los varoncitos, de gala, ornado el brazo con un moño de moaré flecado de oro. Y luego, la salida del Templo, después de dar gracias. ¡Ah! ¡Qué alegremente que repicaban las campanas! ¡Cómo olían los aires a primavera!

Su marido era bretón; pero estos detalles vendrán á su tiempo... Hasta mañana, Máximo, ¡valor!... ¡Ah! olvidaba... El jueves por la mañana antes de mi partida hice una cosa que no le será desagradable.

¿Pues no? ¿Os parece que una dama puede sufrir, sin desesperarse, insultos tan groseros? Confieso que tenéis razón y que en vuestro lugar... Vos en mi lugar, ¿qué haríais? Pediría consejo. Pues cabalmente yo no he hecho más que pedíroslo. ¡Ah! yo creía que sólo me habéis dado á conocer vuestras tentaciones. Pues de ese modo os he pedido que me aconsejéis. Meditó de nuevo profundamente la duquesa.

Le di las gracias, no sin dejar de echarle una larga mirada de inteligente satisfecho. Ella bajó la suya, ruborizándose. Era la primera vez que veía esto en Sevilla. Recordando la escena de por la mañana en la fábrica, le dije: Apostaría a que no es usted cigarrera. No, señó; soy planchadora. ¿De Sevilla? De Badajoz. ¡Ah! ¡Es usted extremeña!

¡Señora! exclamó con el acento de la dignidad ofendida doña Clara. Pues bien, léelas. ¡Ah, no; no, señora! dijo la joven rechazando con respeto las cartas que le mostraba la reina. Te mando que las leas dijo con acento de dulce autoridad Margarita de Austria. Doña Clara tomó cuatro cartas que le entregaba la reina, abrió una y se puso á leerla en silencio. Lee alto dijo la reina.