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En el resto de la semana permanecían los gitanos en las Cambroneras sin hacer nada, esperando el regreso de sus hembras, pájaros vivarachos y parleros que traían en el pico el pan de la familia. Desayunábanse con una copa de aguardiente o un mendrugo, y aguantaban el hambre durante todo el día, en plácida vagancia.

Y las varoniles doncellas se mostraban tristes, resignándose á una larga inmovilidad en la que sólo verían de lejos á los hermosos militares, mientras aguantaban un chaparrón interminable de versos. Al ver entrar al poeta laureado, corrió inmediatamente á su encuentro el gran Momaren.

Hermanas mías, ¿me perdonan vuestras caridades el pecado de haberme distraído durante la misaEn fin, hijo: que las traía fritas a perdones. No cómo me aguantaban. Después pasaba al extremo opuesto. Había temporadas en que le daba por ser mala y mortificar a todo bicho viviente. Las niñas le temblaban. Armaba riñas entre las hermanas. Era el genio malo del convento.

Melisa tenía la cara lívida, pero su excitación había desaparecido y su mirada era como la de una persona a quien algún suceso, por largo tiempo esperado, hubiese acontecido; expresión que al maestro, en su atolondramiento, le parecía casi como de alivio. Allí delante aparecía una cabaña cuyo techo aguantaban dos maderos apolillados.

Cruzáronse los terribles aceros; daba don Pedro unos mandobles que habrían hendido en dos mitades al Sr. Poenco, si este con prudencia suma no se retirara dando saltos hacia atrás. Los presentes aguantaban con gran trabajo la risa, porque el desafío era una especie de baile, en el cual veíase a don Pedro saltando de aquí para allí para atrapar bajo el filo de su espada al supuesto lord Gray.

Pasaban semanas enteras condenados a los macarrones y el arroz cargado de manteca que repugnaba al buen doctor: muchas veces había de fingirse éste enfermo para evitarse la visita al café; pero estas rachas de estrechez y miseria las aguantaban padre e hija en silencio, sosteniendo ante los amigos su condición de gentes que tenían en su país de qué vivir. Leonora se transformaba rápidamente.

Quedaban con las entrañas colgando y eran sometidos en los corrales á una rápida cura, para volver á salir á la arena enardecidos por falsas energías. Repetidas veces aguantaban esta recomposición macabra, hasta que al fin llegaba la última cornada, la definitiva... Los hombres recién curados evocaban en ella la imagen de las pobres bestias.