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Pero lo más terrible, lo que más me horroriza, es dejar de verte, Amaury, no estrechar ya tu mano, no expresarte mi agradecimiento por tu amor, no dormirme esperando que te me aparezcas en mis sueños. Déjame que te contemple por última vez para poder acordarme de ti en la eterna noche de mi sepulcro. Hija mía dijo el sacerdote.

Y tenéis razón, don Francisco; no merecéis mi perdón, sino mi agradecimiento. ¡Qué lástima! dijo Quevedo. ¿Y de qué? ¿Pues no queréis que me lastime, si os veo loca? ¡Loca! ¿creéis en los hechizos? ¿es verdad que se puede hacer mal de ojo? Desembozáos, hija, á fin de que yo pueda veros.

Por la noche se cantaba el D. Juan, cosido a tijeretazos, y todavía a las doce, después de recibir una ovación, le duraba el agradecimiento y el entusiasmo al tenor, que se encerró en su cuarto con su carísimo Reyes, y en mangas de camisa y con un calzón de punto, de seda color lila, muy ceñido, y en calcetines, apretaba contra su corazón a su salvador, y le llenaba la cara y el pelo de polvos de arroz, sin que ni uno ni otro se fijaran en estos pormenores.

Muy temprano me despedí de Julia y dirigí al señor D'Orsel palabras de agradecimiento que procuré decir con la mayor serenidad posible. Después, no sabiendo en qué ocupar el día y no teniendo interés, por decir así, en el empleo de una vida que sentía desprenderse de minuto a minuto, fui a ponerme de codos en la balaustrada que caía sobre los fosos y allí permanecí no cuánto tiempo.

En el momento de su partida se le presentaba un registro, invitándolo a escribir en él su nombre, el cual iba acompañado, por lo regular, de algunas frases de agradecimiento, frases verdaderamente inspiradas.

Ponga usted todo en paz, usted que puede hacerlo, ¡seremos tan plenamente felices! ¡Y será tan grande nuestro agradecimiento!...

¡Mi propio hijo no me cree! ¡Mi propio hijo me acusa de falsedad! gimió la vieja. ¡He ahí el agradecimiento que obtengo hoy de mis hijos!

«¿Qué hay? dijo D. Evaristo mirándola de un modo que parecía indicar agradecimiento de las caricias que al micho hacía . ¡Ah!, ese es el más tunante de todos... ¡Sabe más...!, ¡y tiene más picardías! Conque a ver, chulita, ¿qué hay?». Fortunata no sabía cómo empezar.

Así lo entendió también su autor D. Carlos Reyles, y, si ha contestado a mi artículo, en El Liberal, ha sido de modo tan cortés y tan lisonjero, que me mueve a la réplica, aunque sólo sea por agradecimiento y por cortesía. Voy, pues, a replicar al Sr.

Un sombrero igual al que usaban todos los atlots en la parroquia de San José cubrió su cabeza. La hija de Pep, conocedora de las costumbres de la isla, admiraba con cierto agradecimiento el sombrero del señor.