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Yo soy la que tengo que agradecerle que sea tan bueno, tan llanote, a pesar de su categoría, que casi es la que viene detrás del Papa.... Y la verdad es añadió la vieja con la arrogancia de su franqueza que nada pierde siendo así. Amigas como yo no tendrá usted ninguna. A usted no le rodean más que aduladores y pillos, como a todos los grandes de la tierra.

Ese doméstico ha pedido su sueldo y al día siguiente han partido para ir a casarse a otro sitio; esta atención tengo que agradecerle: es todo lo que ha hecho por . Así, de pronto, nada parece más falso que lo que te estoy diciendo. Daría mi vida por creer que, efectivamente, es falso, que ella es inocente; ¡sería tan dulce morir con esta idea!

Por lo demás, lo repito, mi decisión no data sino del día en que me informé de la solidez de la casa Aubry. Huberto tomó la mano de la señora Martholl y llevándola a sus labios, añadió: Sólo me resta agradecerle a usted sus gestiones. Está bien, hijo.

Tomolo Rosalía con ansia y se alegró de poseer lo bastante para cumplir con Torres y con Sobrino, conservando un resto para atencioncillas de poco más o menos. «No cómo agradecerle a usted... dijo con vehemencia a su insigne amiga, estrechándole las manos . Pronto volverá todo a casa, pues no me gusta que mis alhajas hagan estas excursiones; y sólo por una gran necesidad...».

A su vez levantose ella con un movimiento de mujer indignada que jamás olvidaré; dio algunos pasos hacia su habitación, y como me arrastrara yo en pos de ella, siguiéndola, buscando una palabra que no fuese ofensiva, un postrer adiós, para decirle al menos que era ángel de previsión y de bondad, para agradecerle el haberme ahorrado una locura, con una expresión más abrumadora todavía, de lástima, de indulgencia y de autoridad, alzada la mano como si desde lejos tratara de ponerla sobre mi boca, repitió la seña que me imponía el silencio y desapareció.

Pero advirtió entonces en Adriana la palidez y un ligero temblor de los labios. Y comprendiendo que algo grave ocurría, tomó a Charito aparte. Ella se sentó al lado de Muñoz, quien se había incorporado y la miraba con expresión de curiosidad. Ambos quedaron por un rato en silencio. He recibido su carta y he venido. Gracias, Adriana. Yo debo agradecerle este acto de bondad. Ambos callaron.

Burlando burlando desgarra él mismo su obra; se deplora que así lo haga, pero con un pincel poético, que se asemeja á una varita mágica, evoca en un instante á nuestra vista un nuevo edificio más bello que el anterior; nos arrebata en sus escenas, más seductoras la una que la otra, y de placer en placer y de sorpresa en sorpresa, nos obliga, contra nuestra voluntad, en vez de irritarnos contra él, á agradecerle el goce que nos proporciona.

Pero yo no había imaginado ver aquella divina expresión de dignidad reposada y grave con que habló conmigo desde ese instante para decirme después y reiteradamente: «Yo tengo que agradecerle de veras, señor, el honor que usted me dispensa, pero que, aun cuando me sintiera inclinada a aceptar, por mucho que no lo merezca, no podría aceptarlo sin menoscabar el concepto que me he formado de mis deberes de hija: yo me debo a mi padre, señor, y sería una criminal yo lo entiendo así, perdóneme si lo abandonara en sus últimos años». «¿Ni con el asentimiento de élle pregunté, y me contestó: «Ni con el asentimiento de él... que me lo daría, estoy segura, si creyera que podría hacerme más feliz... pero que yo tendría que juzgar en su verdadero significado: como un supremo sacrificio hecho por y que yo no podría imponer ni aceptar».

Esta era más negra: mi sastre es hombre que me recibe con sombrero puesto, que me alarga la mano y me la aprieta; me suele dar dos palmaditas o tres, más bien más que menos, cada vez que me ve; me llama simplemente por mi apellido, a veces por mi nombre como un antiguo amigo; otro tanto hace con todos sus parroquianos, y no me tutea, no por qué: eso tengo que agradecerle todavía.

Y cuando el coronel iba á agradecerle tanta amabilidad, quedó estupefacto y con el aliento cortado. Porque usted debe saber, indudablemente, que el español es la lengua usual del diablo, después del latín. En español están escritos los más poderosos conjuros. ¡Oh, los nigromantes de Toledo! ¡Los sabios brujos de Salamanca!