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La luna acababa de hundirse en su seno, dejando todavía en el horizonte una estela luminosa. Ninguna nube flotaba en aquel cielo de cristal. La brisa agitaba ya sus alas sutiles para despertar á la sultana. Velázquez, aunque de espíritu rudo, aspiró con delicia la gloria de aquella noche esplendorosa.

Los antiguos pinos, negros y solemnes, que emitían una especie de gruñido y otros rumores melancólicos cuando los agitaba la brisa, convertíanse sin dificultad en clérigos puritanos á los ojos de Perla; las hierbas más feas del jardín, eran sus hijos; hierbas que la niña pisoteaba y arrancaba sin compasión.

Aquella mujer singularísima, bella y varonil tenía el pelo corto y lo llevaba siempre mal peinado y peor sujeto. Cuando se agitaba mucho trabajando, las melenas se le soltaban, llegándole hasta los hombros, y entonces la semejanza con el precoz caudillo de Italia y Egipto era perfecta.

Al fondo, a través de una atmósfera azul, se dibujaban los bosques, los valles y las peñas como el musgo y los guijarros de un lago bajo el cristal azulado. Ni una ligera aurilla agitaba la placidez del ambiente.

Por fin, al caer la tarde del 21 de agosto, levamos anclas, y después de despedirnos a cañonazos del gobernador, que desde la linda eminencia en que está situada su casa, agitaba el pabellón, nos pusimos en viaje, rumbo a Costa Firme. Navegamos esa noche, todo el día siguiente y en la mañana del tercero apareció la lista negruzca de la tierra.

En vano quería evadirse de su propia tristeza para participar de la alegría de la querida niña cuya dicha era su obra. En vano se esforzaba por olvidar sus velos de luto por aquel velo de desposada vislumbrado hacía un momento en la portezuela del coche, en el que se agitaba una manita blanca.

No era amada y partió para el otro mundo sin gran cortejo de simpatías. Yo volví del entierro, haciendo esfuerzos para sentir un poco de tristeza, pero no pude conseguirlo. Por grandes que fueran los reproches de mi conciencia, un sentimiento de libertad se agitaba en mi cabeza y en mi corazón.

La joven permaneció mucho tiempo abstraída en la contemplación del paisaje. De vez en cuando miraba hacia el puente colgante, como si pretendiera reconocer á alguien de los que pasaban la ría. Creyó por un momento ver algo blanco que se agitaba en la plataforma: tal vez un pañuelo que le saludaba con cierta discreción como temeroso de atraerse la curiosidad de la gente.

Acababa el cazador de llenar las copas, cuando en el viejo reloj dieron las nueve; el gallo de madera agitaba las alas con un chirrido extraño. ¡Salud, señor Dubreuil! dijeron los muchachos con voz ruda. ¡Buenos días, amigos míos, buenos días! respondió el posadero esforzándose por sonreír; y luego, con voz opaca, preguntó: ¿No hay nada nuevo?

Se agitaba su vuelo en las alturas, como una alondra. Y por momentos, en la poderosa dilatación del sonido radiante, parecía a punto de alcanzar el júbilo de una maravillosa revelación.