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Y se me ha ocurrido... para eso la he llamado a usted... se me ha ocurrido que el mejor donativo que puedo hacer a esa desgraciada es este». Diciéndolo, D. Carlos cogió un libro largo y estrecho, nuevecito, y lo puso delante de para que Benina lo cogiera. Era una agenda. «Vea usted dijo el buen señor hojeando el libro : aquí están todos los días de la semana.

En la mesa grande, casi vacía, se alzaban solitarios los altos floreros, y a la luz escasa era lúgubre la mancha blanca del enorme mantel, semejante a un sudario. Sobre el mostrador, un quinqué de petróleo despedía en torno un círculo de claridad anaranjada, concreta, y el amo del establecimiento sirviéndole de pupitre la tableta de mármol , escribía guarismos en una gran agenda.

Más balances he hecho yo, señora, que pelos tengo en la cabeza, y también le digo a usted que no me han valido más que para calentarme la ídem. Ya que Dios nos ha favorecido, seamos ordenados: yo me atrevería a rogar a usted que, si no le sirve de molestia y va de compras, me traiga un libro de contabilidad, agenda, o como se llame». ¡Pues no faltaba más!

Hoy mismo, retirado del comercio, llevo al día la contabilidad de mis gastos particulares, y no me acuesto sin pasar todos los apuntes a la agenda, y luego, en los ratitos libres, lo paso al Mayor. Vea usted, véalo para que se convenza añadió marcando más el temblor negativo . Lo que yo quisiera es que Francisca pudiera aprovechar esta lección. Aún no es tarde... Entérese usted».

Pero ya su vejez y la indisoluble sociedad moral con Doña Paca la imposibilitaban para el comercio. Insistió la buena mujer en abandonar la grata tertulia, y cuando se levantó para despedirse cayósele el lápiz que le había dado D. Carlos, y al intentar recogerlo del suelo, cayósele también la agenda.