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Amén de estos goces culinarios, aficionose a los teatrillos del género chocarrero que tanto abundan en París: divirtiéronle las canciones picarescas, las muecas del payaso, la música retozona y los trajes ligeros y casi paradisíacos de aquellas bienaventuradas ninfas que se disfrazaban de cacerolas, de violines o de muñecos.

Algunas tardes subía en el aire rosado el agua de los surtidores, empapando al caer las escalinatas y los follajes. Ramiro aficionose muy pronto a la vida libre que llevaba en la heredad. Cuando hubo cumplido los trece años, Medrano, que solía alojarse con su hija Casilda en las cuadras bajas del granero, enseñole, en el caballejo de un gañán, todos los rudimentos de la jineta y de la brida.

Comenzó a vivir en la amorosa cavilación, en los coloquios y raptos de las historias, soñando despierta, olvidando la vida cuotidiana, dando respuestas absurdas y palpando las cosas, como una sonámbula, sin saber lo que buscaba. Aficionose a los olores, a los jubones recamados de canutillos y aljófar. Aliñose como nunca las manos y la guedeja. Los confesores la previnieron; pero ya no era tiempo.

Había establecido ésta en su cuarto de trabajo, situado en la guardilla, una tertulia donde acudían algunos niños en las horas de recreo: contábales historias maravillosas mientras repasaba la ropa blanca o la aplanchaba. Desde un día que subió casualmente aficionose tanto a ellas, que comenzó a acudir asiduamente para escucharlas.

Con asombro había visto todo lo que había sucedido desde que en el bodegón entró la hermosa indiana, la no menos hermosa Margarita, y con un mayor asombro oyó aquellas palabras; y como con la cólera se le hubiese descompuesto el manto a doña Guiomar, y dejádola al descubierto la incomparable cabeza con aquella su dorada corona de riquísimos cabellos, al ver tanta beldad, y el rubor que por hallarse allí, y hasta tal punto haber llegado, la encendía el purísimo semblante, aficionose a ella, y túvola por buena, y a más por gran señora, que no mostraba menos por su continente y su atavío doña Guiomar, y levantándose a ella fuese, y asiéndola una mano, con voz desfallecida por la enfermedad y por el sentimiento, la dijo: Amparada he sido, y tan generosa y noblemente como pudiera serlo, por este caballero con el cual me habéis hallado; y pues también le conocéis, señora, como se muestra por lo que con él hablado habéis, sin duda habéis también conocido cuánta debe haber sido y ser la desventura en que me ha encontrado; y porque acepto el amparo que me ofrecéis y porque sepáis mis desdichas, a vos me acojo y a vuestra casa os sigo.